Noticias, Palabras del Obispo

12 diciembre, 2019

La gratitud renueva la esperanza

Homilía del Obispo diocesano, Ariel Torrado Mosconi,
en el encuentro del Presbiterio diocesano
y celebración del 50º aniversario
de la ordenación sacerdotal
de monseñor Luis Ernesto Dielh.
9 de diciembre de 2019 – Trenque Lauquen
(Is 35, 1-10; Sal 84, 9ª.10-14; Lc 7, 17-26)

Querido Padre Luis, queridos hermanos sacerdotes, queridos hermanos todos en el Señor:
Nos hemos reunido para el encuentro del Presbiterio de fin de año, esta vez aquí en Trenque Lauquen, en la feliz celebración de los cincuenta años de la ordenación  de nuestro querido Padre Luis Dielh. Se da la providencial y bonita coincidencia de que este fue su primer destino pastoral en la diócesis, en la cual luego se incardinó “canónica y cordialmente” (¡Se “encarnó” le gustaría decir a él!) porque en ella sirvió fiel y generosamente aquí como vicario, luego como párroco en Tres Lomas, en la Catedral en Nueve de Julio, en Roberts y Veinticinco de Mayo -de la cual sos Párroco emérito- y últimamente en Carlos Casares y nuevamente en esta parroquia trenquelauquense.

El lugar y la ocasión nos brindan un marco hermoso para agradecerte solemnemente (¡ya sé que esta palabra no te gusta mucho!) en nombre de la Iglesia diocesana de Nueve de Julio el don de tu vida y ministerio. ¡El Obispo te dice, con esta Iglesia particular, de verdad y de todo corazón: muchas gracias Padre Luis! Gracias por tu buen ejemplo de fidelidad e integridad sacerdotal, tu austeridad y sencillez, tu gran amor a la Palabra y ese deseo tan fuerte de que sea entendida, comprendida y vivida por el pueblo santo de Dios que peregrina por estas pampas bonaerenses. Gracias porque siempre preferiste la comunión a la división, uniendo, obedeciendo y a veces hasta resignado tus propios criterios. Gracias por tu disposición misionera, tu cariño hacia los pobres junto a la seriedad y responsabilidad con que siempre condujiste las comunidades que se te confiaron. ¡Con el paso de los años, en cada una de ellas te recuerdan con mucho cariño y respeto! Pero sobre todo, gracias por haberte mantenido fiel en los momentos de confusión y turbulencias en la diócesis siendo el faro que sostuvo y orientó a muchos, especialmente a los más jóvenes.

La gratitud motiva y nutre la esperanza: reconociendo las maravillas obradas por el Señor, nos animamos a mirar hacia adelante y esperar confiadamente.

Los textos bíblicos que se acaban de proclamar son un canto y grito esperanzador. “Hemos visto cosas maravillosas” dice el evangelio de Lucas. Esta promesa, alegría, optimismo e ilusión que trasuntan los textos bíblicos, contrastan y se oponen a tantas noticias sobre la realidad tanto de la sociedad como de la Iglesia misma. Ante esto, a nosotros como pastores, puede embargarnos una sensación de pesimismo, negatividad y desánimo ante una realidad que nos parece negativa, adversa y amenazante. Y podemos caer en varias tentaciones. Una es “hacer lo del avestruz” escondiendo la cabeza para no ver las cosas como son, negando la realidad. Otra es caer en el liso y llano cinismo del que cree que nada cambia ni tiene solución, por lo cual hay que seguir, indolentes, sin hacerse mucho problema. O, puede buscarse un “chivo expiatorio” a quien echarle la culpa de todos los males, criticar, cargarle la culpa, demonizarlo y quedarse tranquilo para no tener que cambiar ni mejorar nada. Otra también puede ser la del simple pesimismo, desánimo y desaliento que no ve nada bueno limitándose a hacer comentarios agrios y negativos. Todas estas tentaciones suelen terminan en alguna forma de huida o evasión. A veces muy bien disfrazadas espiritual o pastoralmente. Por eso, precisamente en este tiempo de adviento, se nos dice: “¡vigilen!”.

Al mismo tiempo, los textos bíblicos y la liturgia de todo este tiempo de preparación a la venida del Señor, insisten reiteradamente en otras dos actitudes más: volver a Dios y alentar la esperanza del pueblo. Es la misión de Isaías. En este tiempo de fin de año calendario y de nuevo comienzo con el adviento, Jesús nos llama a todos nosotros sacerdotes a volver a él. Buscar su rostro, ponernos en su presencia y compañía, estar con Él, cultivar su amistad, acrecentar la comunión, permanecer en su gracia, renovarnos en su seguimiento, imitar su vida. Este es el modo para no caer en aquellas tentaciones arriba señaladas. Es más: es el modo cierto y seguro de superarlas porque allí, en el silencio de cara a Dios, con toda verdad, podemos discernir auténticamente su voluntad y la respuesta que debemos dar. Y esto nos llevará, casi correlativamente, a salir, entregarnos y volcarnos por entero a nuestra gente para animarlos, orientarlos y confortarlos en medio de las idas y venidas de sus vidas complicadas y, muchas veces, tan heridas.

Queridos hermanos sacerdotes: alimentar nuestra esperanza y alentar la esperanza de los demás, es la tarea espiritual y pastoral a la vez, a la cual se nos llama en este Adviento y en esta hora de la Iglesia. Desde la gratitud por las maravillas que sigue obrando misteriosamente el Señor, a pesar de las contrariedades, sigamos esperando confiadamente.