Palabras del Obispo

Homilía en Corpus Christi

Homilía de Mons. Martín  de Elizalde OSB
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio
en la Solemnidad del
Cuerpo y la Sangre de Cristo

Iglesia Catedral, 7 de junio de 2015

Queridos hermanos y hermanas.

Estamos reunidos en este día de la Eucaristía para expresar en la acción de gracias nuestra fe en el misterio del Sacrificio Redentor de Cristo y de su Presencia sacramental en la Iglesia. Lo hacemos con profunda alegría, pues como Pueblo de Dios que ha sido salvado y al que le fue prometida la vida eterna, gozamos ya en este mundo de la gracia de la comunión, esperando su cumplimiento definitivo. Por el sacramento eucarístico participamos de la vida divina, nos encontramos en la intimidad con el Hijo, gloriosamente resucitado, somos fortalecidos en la peregrinación de este mundo y alentados por la esperanza. Recordar en la fe, agradecer con amor profundo, comprometernos en la caridad y la evangelización con nuestros hermanos, es lo que queremos expresar hoy, con nuestra presencia devota y creyente en la celebración, nuestro testimonio orante en la procesión, el propósito prolongado en la fidelidad de la práctica dominical y la frecuencia sacramental.

La fe eucarística

¡Misterio de la fe! Así proclama el celebrante después de pronunciar las palabras de la Institución, recibidas de Cristo y confiadas a los sacerdotes. El milagro eucarístico, que desafía a la razón, nos introduce en un ámbito privilegiado: y porque creemos, nuestra vida se transforma. El Señor nos congrega para la Cena, nos invita a participar del alimento espiritual, sus frutos son percibidos con los ojos del alma, y se hacen visibles para quienes tienen un corazón puro. Pero se requiere el tributo sencillo, humilde, profundo, de la fe. “Hagan esto en memoria mía”, es la invitación que dirige a la Iglesia, y para lo cual instituye el sacerdocio, y al recibir con fe su palabra, y responder con nuestra vida a su llamada, nos encontramos sumidos en el misterio, que nos supera, pero nos engloba, que no comprendemos, pero amamos, que es un encuentro exigente, pero tan reconfortante y dulce. Y este misterio se hace sensible en la comunión de la Iglesia, pues, reunidos en la asamblea litúrgica, juntos ofrecemos y oramos, y juntos comemos el pan eucarístico y bebemos de la copa de la salvación, con el vínculo visible de la familia que conformamos.

Los frutos de la Eucaristía en el alma

Recibir el Cuerpo de Cristo nos permite permanecer unidos a Él, hacer suyos sus sentimientos, compartir su misión y prolongarla en el tiempo, mientras esperamos su gloriosa venida. Y es imposible esperarlo en la verdad y la santidad, sin cambiar el corazón, sin renovar nuestras metas, sin renunciar a lo superfluo y extraño. La Eucaristía nos transforma, y nos lleva a identificarnos con Cristo, a amar como Él al Padre del Cielo, a entregarnos con generosidad a la misión recibida, a sacrificarnos por los hermanos. Es a partir de la Eucaristía, misterio contemplativo, que comienza el corazón del fiel a ser generoso y abierto, a encontrar en los hermanos el objeto de su generosidad y desprendimiento, a amarlos como el mismo Jesús los amó. Y no se puede amar con justicia sin vencer las pasiones, sin olvidar rencores, sin perdón, sin un propósito muy serio de verdad.

La irradiación evangelizadora

El misterio de la fe no permanece estéril, aunque se celebre en la simplicidad y el silencio. Así como el Hijo de Dios nació en la pobreza de Belén, sin testigos, la Eucaristía hace su camino de evangelización, transformando los corazones de los fieles, fortaleciéndolos en la fe, la esperanza y la caridad, multiplicando la voz del Evangelio en la vida y el ejemplo de los fieles. Sin la Eucaristía no seríamos fuertes ni convencidos, no llegaríamos a dar a nuestras iniciativas y acciones el valor de lo divino, ni resistiríamos nosotros, con perseverancia e inteligencia, ni seríamos elocuentes para trasmitir la verdad. Por eso las almas de los cristianos acuden a la fuente de la Vida divina, en la comunión sacramental, y es a partir de allí, y con este encuentro sobrenatural, que se puede irradiar el mensaje de Jesucristo.

Invito muy cordialmente a una participación atenta y gozosa en la Santa Misa, a la recepción frecuente de la comunión sacramental, a la preparación por una buena confesión, a la frecuentación de la Eucaristía incluso cotidiana, a la adoración del Santísimo Sacramento en las ocasiones comunitarias pero también en las visitas privadas a los templos y capillas. Y así sacerdotes y ministros, misioneros y educadores, los colaboradores pastorales, y todos los fieles bautizados, desde el centro que es la Eucaristía, seremos más coherentes, dedicados y mejores para el Anuncio y el Testimonio.

El vínculo de la caridad

La Eucaristía nos une en la caridad, con la presencia de Cristo en medio de su Iglesia. No es solo un encuentro o una asamblea de convidados, es el reconocimiento de una llamada, una elección que nos hace más dignos, una participación en la santidad de Dios. Con nuestra celebración, proclamamos la fe de la Iglesia, adoramos la presencia de Dios entre nosotros, recibimos la riqueza infinita de sus dones, y nos preparamos para el encuentro definitivo en la gloria. La Eucaristía es anticipo de la vida eterna, y en ella pregustamos lo que anhelamos con fe y esperanza. Que esta certeza y la práctica de una vida eucarística generosa y sincera nos acompañe y conforte en el camino.