Palabras del Obispo

Te Deum – 9 de Julio

Homilía De Mons. Martín de Elizalde OSB
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio

Celebración del 199° Aniversario de la
Declaración de la Independencia

Nueve de Julio, Iglesia Catedral
9 de julio de 2015

 

Queridos hermanos y hermanas,
Señor Intendente Municipal, Señor Presidente del H. Concejo Deliberante,
autoridades del Partido de Nueve de Julio,
autoridades escolares, policiales, representantes de instituciones de la comunidad,
queridos amigos:

Con mucha alegría, con profunda emoción, me dirijo a ustedes en esta nueva celebración del aniversario de la Independencia de la Patria. Nos acercamos al Bicentenario, que es una fecha simbólica, significativa, y que nos invita a hacer un balance de la historia pasada y de la realidad presente de la Argentina. Para mí, personalmente, será seguramente la última vez que me toca encontrarme con ustedes, autoridades y ciudadanos de nuestra comunidad, pues ya el tiempo de mi permanencia al frente de la diócesis de Santo Domingo en Nueve de Julio llega a su término, según las disposiciones de la Iglesia. No inmediatamente, pero sí en algunos meses. Pasado mañana, el sábado 11, a las 16 horas, recibiremos en esta Iglesia Catedral a Mons. Ariel Torrado Mosconi, a quien el Santo Padre Francisco ha designado para acompañarme en este tramo de mi episcopado, después de 16 años de servicio en la diócesis de Nueve de Julio, y quien será el próximo obispo. Los invito a todos ustedes a acompañar ese día la celebración de la Iglesia diocesana, para recibir a nuestro hermano, que viene, de esta manera, a colaborar en la guía del rebaño de los discípulos de Jesús.

A lo largo de los años, para las fiestas patrias, en nuestros encuentros de oración y de acción de gracias hemos podido reflexionar sobre el momento que vivíamos y las esperanzas y expectativas de la sociedad. En más de una oportunidad me permití señalar, y quiero hacerlo nuevamente hoy, la importancia de esta celebración. Sería una pena que la consideráramos solamente como un acontecimiento que congrega a los funcionarios del gobierno municipal del día, y no una ocasión que nos invita a mostrar nuestro compromiso fraternal, expresado en la oración a Dios, “fuente de toda razón y justicia”, y frente a quien nada hay que nos divida ni aparte. Valga esta breve mención para sostener el justificado deseo que las fiestas patrias nos encuentren unidos sin distinción de partidos ni banderías, y que en el futuro, funcionarios y miembros del partido gobernante y también los representantes de otras corrientes, y de todas las instituciones comunitarias, como lo hacen las escuelas, la policía, los bomberos, los scouts, se encuentren en el templo mayor de la ciudad para alabar, agradecer y pedir a Dios.

Recientemente, el Papa Francisco ha dado a conocer un importante documento: la encíclica Laudato sì, “sobre el cuidado de la casa común”. Llama la atención que el Santo Padre dedique su magisterio a un argumento que parece, a primera vista, tan alejado de su misión espiritual, como es la ecología. Pero no lo es, en realidad, si tenemos en cuenta lo que él mismo advierte: hay “síntomas de enfermedad… en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes” (n. 2), y este deterioro global, que es producido por el hombre llega a afectar a todos los hombres, y perjudica en primer lugar a los más pobres. Con la falta de respeto por la creación, explotada y saqueada por el interés desordenado, se causa un grave daño al universo, y se vuelven aún más difíciles las condiciones para la vida humana en “la casa común”, que todos debemos conservar y cuidar. Se trata, entonces, de una situación que tiene implicaciones morales, y aunque nuestro tiempo parece haber desarrollado una mayor conciencia ecológica, no termina de resolver los problemas causados por la explotación indiscriminada de los recursos ni se decide a atender a los problemas que ello causa a las personas. Por eso, la ecología integral, de que habla el Papa, “es inseparable de la noción de bien común” (n. 156).

Al mismo tiempo, nos invita a descubrir una dimensión más profunda de la ecología, que se refiere a la dignidad de la persona humana, creatura de Dios, y se ve perjudicada por el deterioro de las condiciones de vida en el mundo. Y la primera preocupación debe ser el respeto por la vida y la tutela y conservación de aquellas condiciones que son esenciales para que el hombre pueda llegar a alcanzar sus metas. Debemos tener en cuenta, justamente porque forma parte del bien común, la verdad y la justicia, los derechos inalienables de la persona, la custodia de la vida humana, evitando toda promoción de su eliminación por las causas que sean. Es muy grave la ligereza con que se recibe en nuestra sociedad el implacable avance de las doctrinas y las prácticas abortistas y de las que facilitan la terminación de la vida en determinados casos de enfermedades prolongadas. Sería paradojal que se proponga una actitud de mayor respeto por la naturaleza, mientras se desprecia la vida de los hombres y mujeres, y se viola el derecho de inocentes e indefensos.

También en nuestra Patria se dan estas situaciones, que van unidas al grave deterioro de la amistad social y de la solidaridad comunitaria, a la imposibilidad de unir esfuerzos para lograr el bien común, al aumento de la deshonestidad escandalosa de personajes públicos. Todo esto nos coloca en estado de “emergencia moral”, de “peligro para el equilibrio vital de la familia argentina”, y hace más necesario que nos volvamos hacia Dios, para pedirle que nos ilumine y oriente, y quiera perdonar nuestras debilidades y traiciones. En un año electoral como este se vuelve necesario un examen de conciencia y un renovado propósito de enmienda, para no repetir errores y pecados y reparar los daños cometidos por la soberbia humana.

El Papa Francisco ha declarado para toda la Iglesia un Año Jubilar de la Misericordia, comenzando el 8 de diciembre próximo. Es una invitación para revisar principios, corregir conductas y proponernos metas constructivas integrales, y no permanecer en el ciego egoísmo de las costumbres adquiridas y el anquilosamiento. Sepan comprenderlo todos aquellos a quienes compete la responsabilidad de conducir los destinos de la sociedad, y también los demás, para secundar esta renovación a la que estamos llamados, a los 200 años de la Independencia alcanzada en Tucumán. La Virgen María, nuestra Madre, Señora de Luján, nos aliente y acompañe.