Historia
Por Héctor José Iaconis
- Misiones y visitas pastorales al territorio diocesano en el siglo XIX
- Misioneros en las tribus de Raylef y de Coliqueo
- Visitas pastorales y misiones del vicario Espinosa
- La creación de la diócesis
- Un antecedente
- Los trámites civiles
- Los procedimientos eclesiásticos
- La Bula de erección
- Figuras claves
- La preconización del primer obispo
- Monseñor Agustín Adolfo Herrera (1957-1961)
- Monseñor Antonio Quarracino (1962-1968)
- Monseñor Alejo Benedicto Gilligan (1968-1991)
- Monseñor José Tommasi (1991-1998)
- Monseñor Martín de Elizalde (Desde 1999)
Misiones y visitas pastorales al territorio diocesano en el siglo XIX
Entre 1855 y 1868, el decenio en que fueron creadas, o comenzaron a funcionar, las tres parroquias más antiguas que más tarde conformaron la Diócesis de Nueve de Julio, y hasta marzo de 1897 (en que fue creada la Diócesis de La Plata) la provincia continuó perteneciendo íntegramente a la Iglesia particular de la Santísima Trinidad de Buenos Aires.
Pero, téngase en cuenta un hecho que se anticipa: la primera celebración del sacrificio eucarístico en el área geográfica que quedará bajo la competencia jurisdiccional de la Sede episcopal de Nueve de Julio, de la cual se tengan noticias, sucedió escasos meses después de acaecida la Revolución de Mayo, cuando aún debían transcurrir varias décadas hasta que fueran fundadas las primeras poblaciones en el oeste bonaerense. El capellán de la mentada expedición del coronel García a Salinas Grandes ofició esa misa en las inmediaciones del Médano Partido (hoy parte del distrito de Nueve de Julio).
El 21 de octubre de 1810 partía desde la Guardia de Buenos Aires un contingente con rumbo hacia Salinas Grandes, conformado por veintidós carretas y tres carruajes, una escolta de veinticinco soldados del Regimiento 4° de Infantería y cincuenta “milicianos de Caballería”. Su comandante y principal promotor era Pedro Andrés García de Sobrecasa, un militar español de poco más de cincuenta años de edad, a quien se le había otorgado el grado de coronel tras un victorioso desempeño en la defensa de la ciudad durante las invasiones inglesas.
García recogió el derrotero de su viaje en un diario que elevó más tarde al gobierno fundamentado, en cierto modo, los objetivos del mismo y su accionar. En ese documento explica la llegada al citado Médano, el sábado 27 de octubre del mismo año:
En este día se emprendió la marcha, y a las 11 y media llegamos a las lagunas nombradas las Dos Hermanas, que se hallan casi unidas, pero debieron haberse dicho tres; pues son otras tantas las lagunas en todo semejantes y con abundancia de agua dulce…
A las 12 se observó… A las de la tarde seguimos hasta las 6, que llegamos al Médano Partido…
Interesante resulta la descripción que realiza el informante acerca de la topografía del lugar:
El Médano Partido no es más que una pequeña y suave abra, que divide una loma; y a la parte del poniente, a corta distancia, se hallan dos lagunas de agua dulce abundante. Este sitio, que algún día será apetecible de los hacendados, hace ventajas a los demás para criar una numerosa hacienda de toda clase de ganados…
En la tarde de aquel sábado el jefe del grupo explorador ordenó acampar en torno a las lagunas cercanas al Médano con la finalidad de pasar allí la noche. Hacia la mañana del día siguiente, presumiblemente con las primeras luces del alba, fue celebrada la misa.
No era la primera vez que una expedición llegaba al Médano Partido y recorría sus terrenos inmediatos. Desde el siglo anterior se tenía información sobre ese sitio y, de hecho, en 1786 una excursión enviada por Nicolás del Campo, marqués de Loreto –tercer virrey del Río de la Plata- lo había circundado; pero no existen datos sobre la celebración de una misa con anterioridad a ésta.
Afortunadamente, en nuestros días, existen una copiosa cantidad de obras editadas que refieren a las misiones realizadas, por sacerdotes seculares o religiosos, en la provincia de Buenos Aires.
Las primeras giras apostólicas efectuadas en el siglo XIX en las parroquias del que hoy comprende la Diócesis de Nueve de Julio, en cuantiosos casos, constituyeron el primer acercamiento de la religión a centros poblacionales pequeños, recientemente fundados, muchos de los cuales aún no poseían construidos sus iglesias u oratorios. En otros casos, el trabajo de los misioneros no solamente permitió la propagación de la doctrina, sino que abrió el camino para la fundación de escuela y para el mejoramiento de las condiciones de vida, tanto de los hombres blancos como de los aborígenes.
Pocos datos se tiene de la que, según se estima, debió ser la primera misión en el territorio antes indicado: En mayo de 1850, por encargo del obispo de Buenos Aires, el cura vicario de Lobos, presbítero Abelenda, había realizado una pequeña misión en pueblo cercano al Fuerte “25 de Mayo”, ocasión en la que, como se dijo antes, además de impartir los sacramentos había bendecido el cementerio.
Durante los tres años siguientes, el pueblo de Bragado será el destino de varias misiones importantes. Desde el 25 hasta el 29 de mayo de 1851, el presbítero Carlos Torres misionó en aquel lugar, bautizando a 192 fieles. El mismo año, en forma separada, misionaron también allí el sacerdote franciscano Carlos Boeri y el presbítero Millán Zavala, cura de Mercedes.
Entre el 5 y el 21 de junio del año siguiente, el obispo Mariano de Escalada, junto con un grupo de misioneros jesuitas permaneció en Bragado. De esta gira, lamentablemente, no se conservan fuentes que permitan conocer sus alcances. Hacia noviembre de ese año, fray Buenaventura Duvalé también visitó ese pueblo, bautizando cerca de sesenta personas. También en diciembre de 1853, el padre Conrado Bustos, franciscano, había arribado a Bragado para catequizar y celebrar los sacramentos del matrimonio a varios vecinos. Entre ellos contrajo matrimonio el propio fundador de ese pueblo, coronel Eugenio del Busco con Julia, una de las hijas del mayor Fabián González, veintidós años menor que él.
Durante el primer semestre de 1854, monseñor Escalada realizó una misión, de mayor envergadura, en distintas poblaciones de la provincia de Buenos Aires: San Vicente, Cañuelas, Monte, Lobos, Navarro, 25 de Mayo, Bragado, Mercedes, Luján y Morón. En Bragado misionó con la asistencia de los presbíteros Pablo Pardo y Luis Leonetti, y en el término de quince días pudieron efectuar 77 bautismos, 36 casamientos y 830 confirmaciones, además de haber confesado a cerca de 500 personas.
La primera misión de que se tiene noticias, en la capellanía de Santo Domingo, en el pueblo de Nueve de Julio, fue dada en 1870, ocasión en la que habrían arribado dos misioneros procedentes del convento franciscano de Buenos Aires.
En marzo de 1873, monseñor León Federico Aneiros, quien se encontraba al frente del arzobispado de Buenos Aires y pronto sería ungido arzobispo, realizó una visita canónica a la parroquia de 25 de Mayo. En esa ocasión encontró el momento propicio para visitar a los aborígenes de la tribu cercana, del cacique Rondeau.
Un mes más tarde, el arzobispo Aneiros visitó la parroquia de Bragado. En esta ocasión tomó contacto con los nativos de la tribu de Raylef, quienes le solicitaron al prelado el envío de un sacerdote.
Misioneros en las tribus de Raylef y de Coliqueo
Monseñor Aneiros, aún siendo vicario capitular de Buenos Aires, había demostrado ser “partidario de una política autónoma de la Iglesia en el sentido de resguardar para sí la responsabilidad de la relación con las comunidades indígenas”. Esa posición la mantuvo ya convertido en arzobispo metropolitano, y a partir de 1873 comenzó a programar acciones concretas en favor de los aborígenes.
Un año antes había fundado el Consejo para la Conversión de los Indios, en el cual había congregados a figuras representativas de la sociedad. También se había dirigido al superior general de los Padre Lazaristas requiriéndole el envío de sacerdotes para misionar entre los indios. No obstante, también se había ocupado de gestionar la colecta de fondos para las misiones y había emitido una interesante carta pastoral acerca del tema.
Monseñor Aneiros pudo cumplir su promesa de enviar sacerdotes, hecha a los indios de Raylef durante su visita a Bragado en 1873. En julio del siguiente año envió dos misioneros franceses a la tribu, ubicada en el paraje de “La Barrancosa”, en el Partido de Bragado.
Los sacerdotes Jorge María Salvaire, de la Congregación de la Misión (lazarista) y Enrique Cescas, de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram (betharramita, también llamado en Argentina “bayonés”), arribaron aquel mes a la estancia “San Francisco”, de la familia Kavanagh, donde instalaron una capilla provisoria que serviría de centro de la misión.
A partir de entonces visitaron los toldos y los ranchos con frecuencia diaria, enseñando el catecismo, bautizando y celebrando matrimonios entre varios nativos. El mismo cacique José María Raylef, ya octogenario, pidió ser bautizado y luego recibió el sacramento del matrimonio.
Los misioneros, tan como dan cuenta algunos documentos, obtuvieron un buen éxito en su labor apostólica. Sin dudas ello se debió, en buena medida, a la disposición favorable de los indígenas. Hasta les fue posible visitar, el 16 de septiembre, los toldos de Coliqueo, que por entonces formaban parte del Partido de Nueve de Julio.
La misión de los padres Salvaire y Cescas concluyó el domingo 19 de septiembre de 1874. Los religiosos se pusieron en marcha con rumbo a Buenos Aires llevando con ellos al cacique Raylef quien, a pesar de su edad avanzada, optó por realizar tan prolongado viaje para recibir la Confirmación de manos del arzobispo. Pero, en camino, una hemorragia privó al gran jefe indio de continuar, expirando en Luján, el 2 de octubre de 1874.
Más extensa fue la misión que realizó el padre Pablo Emilio Savino, también lazarista, en la tribu de Coliqueo. En febrero de 1875, después de una breve estancia en la tribu de Melinao-Raylef, arribó al paraje denominado “Tapera de Díaz”, donde se encontraba la toldería del cacique Ygnacio.
Allí, la labor del misionero fue bastante ardua; pero, a pesar de las dificultades que debió sortear, consiguió buenos frutos. Además de asistir espiritualmente a los nativos, les brindó ayuda material, incluso como improvisado médico.
El 15 de agosto de 1875 pudo bendecir una capilla en la tribu y, poco después, poner la misión bajo el patrocinio de María Inmaculada y de San José. También abrió una escuela para los niños indígenas, cuya matrícula fue aumentando paulatinamente, aunque no habría alcanzado a superar los veinte alumnos. Al principio, el mismo misionero se encargó de impartir la enseñanza. Tanto se compenetró el sacerdote en su obra apostólica que llegó a redactar un Manual, “para evangelizar a los indios fronterizos”, que incluía un catecismo bilingüe, en español y araucano.
La misión del padre Savino finalizó en noviembre de 1876, después de una violenta situación generada en la tribu, enfrentamientos armados y una especie de “ocupación militar” sobre esos toldos.
Monseñor Aneiros continuó bregando por la realización de misiones a los indígenas de Buenos Aires, aunque a partir de 1879 el campo de acción se había incrementado hacia la región Patagónica. El 29 de diciembre de 1880 se dirigía a la presidenta de la Sociedad de San José, Isabel A. de Elortondo, requiriéndole una subvención para que el vicario general del arzobispado, monseñor Espinosa, “en compañía del R.P. Salvaire”, pueda “salir a recorrer las misiones de Carhué, Puán, Fuerte Argentino, Guaminí y Trenque Lauquen…”
Visitas pastorales y misiones del vicario Espinosa
Monseñor Mariano Antonio Espinosa, provisor y vicario general del Arzobispado de Buenos Aires, era reconocido por su celo en la pastoral misionera. Había acompañado las fuerzas de ocupación del Río Negro, en 1879, para misionar entre los aborígenes y asistirlos ante la opresión que los soldados del general Roca les imponían.
Diez años más tarde continuaba poseyendo el mismo espíritu y la idéntica predisposición para misionar y visitar las poblaciones más remotas de la arquidiócesis.
En febrero de 1889, el arzobispo Aneiros encomendó a Espinosa la tarea de “hacer Visita Canónica y dar Misión en varias parroquias y poblaciones del Sud Oeste de la Provincia de Buenos Ayres”, y para ello le confió la colaboración del padre Salvaire. La misión debió iniciarse en el pueblo de Nueve de Julio y, buscando la más adecuada preparación, el mismo provisor encargó al cura vicario la mejor difusión posible.
Monseñor Espinosa, acompañado del padre Salvaire, arribó a Nueve de Julio el 9 de marzo, en el tren de las 11:15 horas, donde fue recibido por el cura de la parroquia de Santo Domingo y por las autoridades del pueblo.
En el informe que, más tarde, remitió al arzobispo –monseñor Espinosa- narra detalladamente los alcance de aquella visita:
Predicábamos mañana y tarde la palabra de Dios, enseñábamos la doctrina cristiana y confesábamos sin cesar. La mucha concurrencia que felizmente venía a recibir los sacramentos nos obligó a pedir a un Sacerdote al vecino Cura del Bragado quien envió a su teniente Dn. Pedro Bertrand… La misión hizo resaltar la necesidad de una iglesia donde casi no la hay, pues la actual solo cuenta con 17 varas de largo por siete de ancho en un pueblo que tiene más de 4000 almas.
El 18 de marzo partieron hacia Nueva Plata, para visitar la parroquia de San Anselmo. Allí, en horas de la tarde fueron recibidos por el cura párroco, presbítero Eugenio Durand y por el senador Rafael Hernández, entre otras autoridades. La recepción fue muy cálida, pues además de ser saludados por dos coros, “un arco triunfal coronado por la tiara y las llaves adornaban la entrada a la colonia”. Además de bendecir la piedra fundamental del futuro templo, celebraron y predicaron en francés e italiano a los inmigrantes afincados en ese lugar.
En Pehuajó la recepción no fue menos apoteótica, pues la autoridades en compañía de unos trescientos vecinos a caballo salieron al encuentro de los misioneros. En este pueblo la misión fue coronada con una numerosa concurrencia de fieles. Dado que no existía iglesia, para ese fin fue improvisado un espacioso galpón, propiedad de la firma Berdera, Aramburu y Compañía, donde pudieron celebrar los oficios de Semana Santa.
La gira de monseñor Espinosa y del padre Salvaire continuó hacia Trenque Lauquen, en medio de peripecias y otros inconveniente surgidos como causa de las lluvias pasadas que había desmejorado el camino. En tal ocasión “la misión, poco concurrida al principio, lo fue más en los días postreros”. La elección del terreno y la colocación de una piedra fundamental dieron esperanzas a los fieles de la pronta edificación de la ansiada capilla.
Solamente durante el mes de marzo, el resultado de la visita a aquellos tres poblados fueron 271 bautismos, 3335 confirmaciones, 1052 comuniones y 108 matrimonio.
La misión concluyó en la parroquia de Nueve de Julio, donde permanecieron alrededor de ocho días más, efectuando unas 442 comuniones y reanudando la visita canónica comenzada en marzo. En 1892, tuvo lugar una nueva misión del vicario y provisor Espinosa en el territorio que nos ocupa. Esta vez el destino fue el pueblo de 25 de Mayo. El 14 de enero de ese año, partió por ferrocarril desde la ciudad de Buenos Aires el joven prelado acompañado por el cura de la parroquia porteña de Nuestra Señora del Pilar, presbítero Apolinario Larrosa; el teniente cura de Balvanera, presbítero Justo Flores; el padre Domingo Rinaldi, salesiano; los sacerdotes jesuitas José Antillac, Pablo Gualdo y José Mendieta; y los seminaristas Adolfo Lescano y Guillermo Etchevertz.
Los misioneros fueron recibidos en Saladillo, desde donde prosiguiendo viaje hasta 25 de Mayo. Además de la misión, el provisor Espinosa llevaba el encargo de su arzobispo de efectuar la visita canónica a la parroquia.
Ya consagrado obispo de la sede titular de Tiberiópolis y designado vicario del arzobispo Aneiros, en diciembre de 1893, monseñor Espinosa visitó Trenque Lauquen y la estancia “San Mauricio”, distante unas dieciocho leguas de aquella población. En ambos destinos pudo celebrar 51 matrimonios, 201 bautismos, 2376 confesiones, 417 comuniones y 430 confirmaciones.
Pocos datos disponemos sobre la visita pastoral y misión que dio, hacia 1894, monseñor Espinosa en la parroquia de Bragado, en compañía de los sacerdotes Grote, fray José María Botaro, Antillac y Francisco Laphitz. Presumiblemente esta fue presidida por el arzobispo Aneiros poco antes de morir.
Otra misión realizó, monseñor Espinosa, en los pueblos de Nueve de Julio, Pehuajó, Maya y Bragado, entre agosto y septiembre de 1896.
El 11 de agosto, había arribado a Nueve de Julio, junto con los franciscanos José M. Caer y Francisco Cassaretto, el jesuita José Antillac, el pasionista Martín de San Estanislao y el presbítero Francisco Paulucci. El obispo auxiliar había sido llamado por el arzobispo Castellano, “para terminar la Visita Canónica y Misión que S. Ex. Rma. empezara con la bendición del nuevo templo el día cuatro de agosto de mil ochocientos noventa y seis en esta parroquia de Santo Domingo de Guzmán, en el 9 de Julio…”.
En la oportunidad no solamente cumplió con las exigencias de la visita canónica, sino que también predicó, celebró la Eucaristía y, junto con los demás sacerdotes, los sacramentos del Bautismo (140), la Confirmación (2314) y el Matrimonio (20); impartiendo, asimismo, la Comunión a 1620 personas, de las cuales “340 han sido de solo hombres mayores de edad”.
El 15, en la festividad de la Asunción de María, fue bendecida la piedra fundamental del templo en Manuel B. Gonnet, estación French; y, pocos días después, de regreso a Nueve de Julio, fue bendecida y emplazada una gran cruz, como testimonio de esa misión.
Monseñor Espinosa, junto a los misioneros, continuó camino a Pehuajó, donde permanecieron tres días y realizaron 10 bautismos, 240, comuniones, 469 confirmaciones y 3 matrimonios.
Después de cuatro días, los misioneros pasaron a la estancia de Bourdieu, donde existía la capilla puesta bajo la advocación de San Francisco Solano, que el mismo Espinosa había bendecido años atrás. En aquel lugar celebró 10 bautismos, 141 confirmaciones, 120 comuniones y 3 matrimonios.
La última parte del breve derrotero apostólico aconteció en Bragado. Sobre este pueblo, monseñor Espinosa, lo sentía cercano, reconociéndolo como: el lugar “donde hizo la última Visita y Misión nuestro malogrado Arzobispo Monseñor Aneiros y que tantas atenciones nos han dispensado en las tres ocasiones que nos hemos demorado allí”.
Otras misiones dio monseñor Espinosa, en 1897, poco ante de ser preconizado obispo de La Plata. El padre Bruno, ofrece noticias acerca de ellas:
El […] partió de Buenos Aires con tres sacerdotes más y se puso el mismo día en Pehuajó. Diez leguas al sur, en la estación de la Candelaria, bendijo el 17 su capilla. Llegó después a la estación de Passo… Con otros ocho sacerdotes dio por noviembre misión en Lincoln, donde efectuó también la visita pastoral. En General Pinto la misión fue en una salón-capilla… Un salón le sirvió también de capilla en General Villegas, donde puso la piedra fundamental de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen.
La creación de la diócesis
Al comenzar a reseñar los aspectos vinculados a la creación de la Diócesis de Nueve de Julio, es importante destacar, para comprender la dimensión jurídica civil que interviene en ella, que en 1957, cuando ésta es erigida, aún regía la antigua praxis del Derecho de Patronato; el cual se mantuvo vigente hasta la celebración del Acuerdo entre el gobierno argentino y la Santa Sede, el 10 de octubre de 1966.
El Patronato, sistema jurídico que el Estado había heredado de la Corona Española, consistía en el derecho que se le otorgaba al Poder Ejecutivo nacional, de elegir y presentar los obispos, con la propuesta en terna por parte del Senado. Del mismo modo, le confería la facultad de otorgar los pases (también llamados “exequatur”, “placet” o, más antiguamente, “pase regio”) a las bulas, breves o rescriptos pontificios; esto último, efectuado con el acuerdo de la Corte Suprema de Justicia; en consecuencia, el gobierno poseía la potestad para aceptarlos y darles pase, retenérselo o para denegárselo.
En lo concerniente a la designación de los obispos, el Senado componía una terna de candidatos, la cual era elevada al Poder Ejecutivo. Éste, mediante la Nunciatura Apostólica acreditada en Buenos Aires, enviaba a la Santa Sede la propuesta de uno de los tres candidatos.
La Sede Apostólica solía preconizar obispo al candidato propuesto por la autoridad civil, sin presentar dificultades, salvo algunas excepciones. Los documentos pontificios, por medio de los cuales se designaba al obispo debían tener luego, como se dijo, el “placet” del gobierno.
Aunque no lo establecía, de manera directa, la Constitución Nacional, el Estado también intervenía en la formación de las jurisdicciones eclesiásticas. Con el correr de los años, si bien se encontraba vigente el Derecho de Patronato, “en el procedimiento de erección de diócesis, las leyes respectivas se limitaron paulatinamente a autorizar al Poder Ejecutivo a proceder por los trámites civiles y a gestionar ante la Santa Sede los trámites canónicos para la creación de aquellas […] en territorio argentino”.
Un antecedente
Existe un antecedente que sugiere que la Cámara de Diputados de la Nación había aprobado, en 1928, una moción para la creación de la Diócesis de Nueve de Julio.
Si bien no se tienen mayores noticias acerca de ese proyecto, así como de los motivos que habrían incidido para que el mismo no prospere, debe tenerse en cuenta la situación en que, pocos años atrás, se habían visto las relaciones entre la Iglesia y el Estado argentino: Entre 1923 y 1926, las dificultades para la provisión de la sede episcopal de Buenos Aires había generado un conflicto entre el Vaticano y el gobierno de Alvear, cuyo corolario fue, entre otros hechos, el relevo del Nuncio Apostólico en Argentina, monseñor Giovanni Beda Cardinale (enero de 1925).
No obstante, para 1928, las relaciones diplomáticas tendieron a mejorar. Hacia diciembre de 1926 el gobierno había reconocido el nuevo Nuncio, monseñor Filippo Cortesi; y en septiembre de 1928, la Legación Argentina ante la Santa Sede fue elevada a la categoría de Embajada. Pero, aún así, no fueron erigidas nuevas diócesis hasta 1935; y, en esa oportunidad, evidentemente, no fue creada la de Nueve de Julio.
Los trámites civiles
Durante la última etapa del segundo gobierno del general Perón (1954-1955), se había producido un debilitamiento en las relaciones entre la Iglesia y el Estado. La sanción de la ley n° 14404 (del 20 de mayo de 1955, promulgada el 23 del mismo mes), con la cual se buscaba reformar la Constitución Nacional en lo relacionado con la vinculación Iglesia-Estado y “a fin de asegurar la efectiva libertad de cultos frente a la ley”; la puesta en práctica de la ley n° 14405, referida a la abolición de las exención de impuestos o tasas a las instituciones religiosas, templos, conventos y colegio; así como también la implantación del divorcio vincular, entre otros asuntos, fueron las causas de un violento conflicto.
Tras el derrocamiento de Perón, en septiembre de 1955, el gobierno de la denominada “Revolución Libertadora”, se propuso restaurar las relaciones con la Iglesia. En una declaración de principios, del 7 de diciembre de ese año, se anotaba como fin primordial “asegurar los derechos de la Iglesia Católica contemplando la posibilidad de la concertación de un concordato sobre relaciones con el Estado”. Según recordaba Manuel Río, designado embajador del gobierno argentino ante la Santa Sede, recordaba que, el Poder Ejecutivo, “se apresuró, como uno de sus urgentes cometidos, a restablecer las buenas relaciones con la Santa Sede”.
Los arreglos –prosigue Río- se efectuaron principalmente por las vías diplomáticas. El gobierno dictó las medidas conducentes a reparar los estragos causados. Se obtuvieron asimismo numerosos actos de benevolencia de parte del Papa Pío XII…
Para el citado diplomático, uno de los principales acontecimientos de ese tiempo fue, en este sentido, la creación de “doce nuevos obispados y dos arzobispados inclusive las respectivas preconizaciones. Esas nuevas diócesis fueron: Gualeguaychú, en la provincia de Entre Ríos; Reconquista, en la de Santa Fe; Posadas, en la de Misiones; Formosa, en la provincia homónima; Villa María, en la de Córdoba; Comodoro Rivadavia, en la de Chubut; Santa Rosa, en la de La Pampa; Mar del Plata, Lomas de Zamora, San Isidro, Morón y Nueve de Julio, en la provincia de Buenos Aires; erigidas todas con la misma bula del Papa Pío XII, de febrero de 1957. En cuanto a los dos arzobispados, se trata de las diócesis de Bahía Blanca y de Tucumán, que fueron promovidas a Arquidiócesis.
Para entonces, en la provincia de Buenos Aires, además de la Arquidiócesis de La Plata (establecida a finales del siglo XIX) y de las diócesis de Mercedes, Azul y Bahía Blanca (las tres creadas en abril de 1934), existía la de San Nicolás de los Arroyos, que había sido erigida por bula «Maxime quidem iuvat» de Pío XII, del 3 de marzo de 1947. En realidad, la provisión del titular para ésta última demoró más de un lustro, hasta octubre de 1954, en que fue designado monseñor Silvino Martínez, obispo titular de Canasa y auxiliar de Rosario.
El doctor Néstor Auza, refiere que, en un lapso de veinticuatro años, sólo habían sido creados dos obispados, Resistencia (en 1939) y “San Nicolás” (en 1947). Según Auza, “el gobierno tiende a corregir esa situación”, con el proyecto de ley de creación de las doce nuevas diócesis.
El 18 de enero de 1957, por requerimiento del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, fue expedido el decreto-ley n° 584, por medio del cual se autorizaba a proceder “por los trámites canónicos y civiles necesarios para la erección de las […] nuevas diócesis…”, entre las que se encontraba la de Nueve de Julio. Del mismo modo, ordenaba se efectuaran “las gestiones del caso por intermedio de la Embajada de la República ante la Santa Sede” y se arbitraran, “con la intervención del Ministerio de Hacienda de la Nación, los créditos legales que fuesen necesarios…”.
Como entonces no sesionaban las cámaras legislativas, por existir un gobierno constituido “de facto”, el Senado no prestaba su anuencia para la creación de los nuevos obispados, como tampoco en la elección de los obispos. El decreto n° 42, del 25 de septiembre de 1955 había otorgado al presidente provisional de la Nación el ejercicio de las facultades deliberativas atribuidas al Congreso por la Constitución Nacional.
Los procedimientos eclesiásticos
En lo que refiere a la erección canónica o eclesiástica de la Diócesis de Nueve de Julio (como de los restante once obispados creados en la misma fecha), el Papa la efectuó por medio de una Bula. Las bulas es un documento o acto pontificio marcado con el sello de plomo redactado en papel apergaminado y encabezado por el nombre del Papa (sin su número), seguido de las palabras “Obispo Siervo de los Siervos de Dios” (Episcopus Servus Servorum Dei), a la que se añade “para perpetua memoria” (ad perpetuam rei memoriam). Entonces, estos documentos eran firmados por el Cardenal Canciller y, según el caso por el Secretario de Estado o por el Prefecto de la Congregación que entendía en el asunto trata. Si la bula no trataba un tema de considerable importancia, en lugar del sello de plomo llevaba impreso otro, en tinta roja.
Las tramitaciones para la creación de la Diócesis y, por consiguiente, la emisión de la bula, en 1957, era efectuada en algunas oficinas o comisiones de la Curia Romana desaparecidas o “aggiornadas” tras el Concilio Vaticano II. La Sagrada Congregación Consistorial (Sacra Congregatio Consistorialis), hoy desaparecida con esa denominación, era el dicasterio que tenía la finalidad de atender todos los asuntos relativos a la creación de nuevas diócesis, la provisión de obispos para ellas; y todo lo concerniente al cuidado de las administraciones diocesanas y a los obispos. Juan B. Ferreres explica, al respecto: Ad hoc primun genus pentinent non solum ea, quae in Consistoriis tractanda sunt, praeparare, sed etiam […] novas dioeceses et Capitula, tum cathedralia, tum collegialia constituere; dioeceses iam constitutas dividere, etc….
Instituida, de forma estable por el Papa Sixto V, por medio de la Constitución “Inmensa”, del 22 de enero de 1597, la misión fundamental de la Congregación Consistorial era la de atender a la organización de los consistorios y a la erección de diócesis. El Papa Pío X, el 29 de junio de 1908, a través de la Constitución “Sapiente Consilio”, le confería, además, la atención y el cuidado de todos los temas relacionados con los obispos.
La Bula para la erección de las nuevas diócesis (entre ellas la de Nueve de Julio), en 1957, fue redactada por la Cancillería Apostólica (Cancellaria Apostolica) de la Santa Romana Iglesia, una oficina de antigua existencia, que había recibido nueva estructuración con la Constitución “Sapiente Consilio” de Pío X. El padre Ferreres, definía, escuetamente, la competencia de la Cancillería Apostólica: “Eius proprium est expedire bullas pro beneficiorum consistorialium provisione, pro erectione novarum dioecesum aut Capitulorum et pro aliis gravioribus Ecclesiae negotiis”.
En la misma Cancillería la Bula fue expedida y registrada. El original, como era de estilo, fue archivado en el “Bullario” del Archivo Secreto Vaticano; mientras que, una de las copias, por lo corriente debía ser remitida por la Secretaría de Estado de la Santa Sede al Poder Ejecutivo nacional por medio del embajador argentino acreditado allí.
La Bula de erección
El 11 de febrero de 1957, el Papa Pío XII emitió la Bula “Quandoquidem adoranda”, creando la Diócesis de Santo Domingo de Nueve de Julio (su denominación latina sería: “Sancti Dominici Novem Iulli”), junto con otras once y dos arzobispados, en territorio argentino. La denominación de los escritos pontificios (bulas, breves, encíclicas, constituciones dogmáticas, etc.), siguiendo una antigua tradición, suelen denominárselos con las primeras palabras con que se comienza el texto; y en el caso particular del nombre del rescripto “Quandoquidem adoranda”, puede traducirse como “Desde que por adorable”.
La Bula, además de indicar en detalle los procedimientos relacionados con la erección de las nuevas Iglesias particulares, fijaba sus límites e indicaba las parroquias que estarían bajo sus respectivas jurisdicciones. En el caso de Nueve de Julio (que quedaba conformada por veintisiete parroquias y otras tantas vicarías perpetuas), explicaba:
La diócesis […] abarca los siguientes partidos: Nueve de Julio, Bragado, General Viamonte, Carlos Tejedor, Pehuajó, Carlos Pellegrini, Rivadavia, General Villegas, General Pinto, Lincoln, Carlos Casares, Trenque Lauquen, que separamos de la Diócesis de Mercedes, y el de Veinticinco de Mayo, perteneciente hasta ahora a la Sede de Azul.
Nótese que no figuran los distritos de Salliqueló, Hipólito Irigoyen, Tres Lomas y Florentino Ameghino, que luego fueron incorporados. Ellos no generaron cambio alguno en la superficie territorial de la diócesis pues que surgieron tras el desmembramiento de los partidos de Pehuajó, Carlos Pellegrini y General Pinto.
Un poco más delante, el mismo documento papal, añade:
La residencia de la nueva Diócesis de Nueve de Julio estará en la ciudad del mismo nombre y su cátedra en el templo dedicado a Santo Domingo Confesor que elevamos al grado y dignidad de catedral. La nueva diócesis será sufragánea de la Sede metropolitana de Buenos Aires a cuyo Arzobispo estará subordinado su prelado.
Las citadas letras pontificias, así como el documento de forma, fueron despachados el 28 de febrero del mismo año por la Secretaría de Estado del Vaticano. El encargado de suscribir el documento por medio del cual se comunicaba a la embajada argentina ante la Santa Sede fue suscripto por monseñor Domingo Tardini, subsecretario de Estado de Su Santidad para los Negocios Eclesiásticos Extraordinarios (Pro-Segretario di Stato per gli Affari Ecclesiastici Straordinari). La noticia de la creación de las nuevas diócesis y de la promoción de las dos arquidiócesis fue dada a conocer oficialmente el 4 de marzo del mismo año. Al día siguiente, los medios de prensa se hacía eco del acontecimiento publicando, a texto completo, el decreto para la erección civil e indicando algunas referencias particulares y estadísticas acerca de cada una de las Iglesias particulares erigidas.
El 24 de mayo de 1957, el presidente provisional de la Nación, por medio del decreto n° 5433, dispuso el exequatur a la Bula; y, el 19 de julio del mismo año, mediante otro decreto-ley (n° 8246) volvía sobre los límites y las jurisdicciones eclesiásticas, ya mencionados en el rescripto.
Figuras claves
Tanto en las gestiones canónicas como civiles, que propiciaron la creación de las doce nuevas diócesis existió la intervención de algunas figuras claves, tanto en los ámbitos eclesiástico como gubernamental. Entre ellos cabe mencionar, primer término, al Nuncio Apostólico acreditado en la Argentina, monseñor Zanin; al embajador argentino ante la Santa Sede, Manuel Río; y el subsecretario de Culto, Roberto H. Lanusse; como así también, es conveniente incluir al ministro de Relaciones Exteriores y Cunto, Alfonso De Laferrere.
Mario Zanin, a la sazón también arzobispo titular de Trajanópolis en Rhodope, era un prelado con basta experiencia y una carrera de más de dos décadas en el servicio diplomático vaticano. Nacido en Feltre, una comuna de la provincia italiana de Belluno, en la región del Veneto, el 3 de abril de 1890, había recibido la consagración episcopal en enero de 1934, de manos del cardenal Pietro Fimasoni, el célebre prefecto del dicasterio romano de Propaganda Fide. Antes de ser designado Nuncio Apostólico en Argentina (7 de febrero de 1953), se había desempeñado como delegado apostólico en China (1934-1946) y como Nuncio Apostólico en Chile (1947-1953), entre los cargos más importantes.
El obispo de Rosario, Antonio Caggiano, cardenal desde 1946, y los obispos de las diócesis implicadas con la creación de los nuevos obispados, habían sido consultados durante las diligencias. Para entonces, la figura del cardenal Caggiano era gravitante en el gobierno de la Iglesia en la Argentina. Tanto así que, para algunos autores, aún cuando el Primado de Argentina era el cardenal Copello, aquel fue el referente más notorio del Episcopado, junto con monseñor Fermín Emilio Lafitte (a la sazón, arzobispo de Córdoba).
El doctor Manuel Río, jurisconsulto cordobés, quien por entonces contaba con poco más de cincuenta años de edad, había sido designado embajador argentino ante la Santa Sede en el último cuarto de 1955, tras la Revolución Libertadora. Graduado abogado en su ciudad natal, había ejercido la docencia universitaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, como profesor de Historia de la Filosofía, entre otras cátedras. En 1946, por su oposición al gobierno, había sido separado de sus clases; además de habérsele clausurado su revista, “Civilización”. Después de septiembre de 1955, con el gobierno que derrocó al general Perón, el doctor Río, no solamente recuperó sus cátedras, sino también fue designado director de la revista de la Universidad de Buenos Aires.
Alfonso de Laferrere, poseía una larga trayectoria como escritor y periodista. Nacido en Buenos Aires, el 24 de noviembre de 1893, siendo joven aún había sido designado oficial de la Secretaria de la Presidencia de la Nación. Más tarde, hacia comienzos de la década de 1930, se había incorporado como miembro del Banco Hipotecario Nacional, cargo que dejó cuando asumió –en 1933- como secretario General del Consejo Nacional de Educación. El gobierno de la Revolución Libertadora, lo designó embajador en Chile, hasta el 30 de enero de 1957 en que fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores y Culto del presidente Pedro E. Aramburu.
Según explicó el capitán Roberto Latino Córdoba (comisionado municipal de Nueve de Julio, entre 1955 y 1958) al autor de este trabajo, en 1997, en las gestiones para la erección de la sede eclesiástica de Nueve de Julio habían intervenido monseñor Eduardo F. Pironio, a la sazón vicario general del obispado de Mercedes y el capitán de Navío Mario Adolfo Robbio Pacheco, del Comando en Jefe de la Armada.
Robbio, nacido en la ciudad de Nueve de Julio en 1913, era hijo del líder conservador, legislador e intendente municipal nuevejuliense, Nicolás H. Robbio y de Amalia Pacheco Alvear, dama del patriciado porteño. Después de haberse desempeñado como profesor de Artillería en la Escuela Naval de Guerra y de ocupar algunos cargos relevantes en la Marina de Guerra argentina, tuvo una activa participación en los sucesos revolucionarios de 1955 la cual, poco después, le valió su designación como jefe del Estado Mayor General Naval.
La preconización del primer obispo
Para la nueva Diócesis de Nueve de Julio fue propuesto monseñor Agustín Adolfo Herrera, a la sazón miembro de la familia pontificia, provicario general del obispado de Catamarca y arcediano del cabildo catedralicio de la misma diócesis; quien, un par de años antes había integrado las ternas para la designación de obispos para Tucumán y San Nicolás. La Bula de provisión canónica para Nueve de Julio (dada en Roma, el 13 de marzo de 1957), dirigida -en segunda persona singular- al obispo electo, expresa, entre otros párrafos: “… siendo de Nuestro conocimiento que cumpliste tu cargo de Provicario con prudencia y acierto, decidimos elegirte para este oficio cuando se trató de designar al Primer Obispo de la nueva diócesis de San Domingo en Nueve de Julio”.
En virtud –prosigue-, pues, de Nuestra Suprema Autoridad te constituimos obispo […] confiriéndote, a la vez que el gobierno, también la administración de las cosas así sagradas como bienes temporales existentes, con todos los derechos y cargas que suelen acompañar y seguir a la alta dignidad de tales prelados.
Del mismo modo, las letras pontificias daban algunas instrucciones particulares: “… te permitimos –se añade- que puedas ser consagrado obispo, aún fuera de tu sede por cualquier obispo católico que eligieres, asistido al menos por dos prelados que revistan la misma dignidad…”.
Al obispo –continúa el texto de la Bula- que eligieres para tu consagración le conferimos la potestad de realizar este rito sagrado, si bien, antes de esto y de que tomes posesión de tu diócesis, queremos que emitas tu profesión de fe prescripta por la Iglesia Romana, y a su vez también el juramento antimodernista […] y, una vez que hayas emitido dicho juramento, enviarás inmediatamente a la Sgda. Congregación Consistorial los formularios correspondientes debidamente firmados por ti y por el prelado ante quien hubieras cumplido con esta formalidad canónica.
El juramento antimodernista citado más arriba, se trata de una fórmula impuesta al clero por el motu proprio “Sacrorum Antistitum”, del Papa Pío X, del 1º de septiembre de 1910.
La Bula del 13 de marzo de 1957, por medio de la cual fue designado monseñor Herrera, obtuvo el dictamen favorable de la Corte Suprema de Justicia el 27 de mayo del mismo año; y, dos día después, el Poder Ejecutivo, por medio del Decreto nº 5711, le concedió el “placet”. Esos mismos instrumentos legales otorgaban el “exaquatur” a las bulas de provisión de obispos paras nueve de las otras once diócesis creadas en febrero de 1957: Antonio María Aguirre, electo para la diócesis de San Isidro; Miguel Raspanti, religioso salesiano, para Morón; Filemón Castellano, para Lomas de Zamora; Enrique Rau, para Mar del Plata; Jorge Mayer, para San Rosa; Jorge Ramón Chalup, para Gualeguaychú; Jorge Kemerer, de la Congregación del Verbo Divino, para Posadas; Alberto Deane, pasionista, para Villa María; y Carlos Mariano Pérez, salesiano, para Comodoro Rivadavia.
En cuanto a las dos diócesis restantes, Formosa y Reconquista, las cuales con Nueve de Julio completaban las doce, las designaciones de sus respectivos obispos demoraron un poco más. Para la primera fue preconizado el franciscano Raúl Marcelo Pacífico Scozzina, el 7 de mayo de 1957; y para la segunda, el sacerdote Juan José Iriarte, el 23 de octubre del mismo año.
Los obispos
Monseñor Agustín Adolfo Herrera (1957-1961)
Nacido en Tucumán, el miércoles 28 de agosto de 1912, festividad de San Agustín, fueron sus padres Ramón Ventura Herrera y Concepción Peralta. Desde niño, se radicó en Catamarca, realizando su formación elemental en el Colegio «Padre Ramón de la Quintana», de la Orden de los Frailes Menores. El 5 de marzo de 1927, impulsado por el llamado a consagrar su vida a Dios, ingresó en el Seminario Conciliar de Catamarca, donde cursó estudios humanísticos, y el primer año filosófico. En 1930, pasó al Seminario Regional del Norte (Catamarca) «Nuestra Señora del Valle», para concluir la Filosofía y proseguir dos años de Teología.
Por encargo de su obispo, fue enviado a Roma, a fin de completar su carrera académica, incorporándose en el Colegio Pontificio Pío Latino Americano.
Agustín Herrera fue ordenado sacerdote, en Roma, el 27 de marzo de 1937. Allí, licenciado en Derecho Canónico, presentó una brillante tesis, que le valió el grado de doctor, en 1941, en los claustros de la Universidad Gregoriana. Además, realizó cursos especiales de archivística, dictados por el Archivo Secreto Vaticano; y otros sobre Acción Católica. En diversas ciudades italianas, estudió la organización de las curias diocesanas, la estructuración de la Acción Católica, el magisterio catequístico y la dirección de los seminarios.
En 1942, el Instituto «Utriusque Iuris», casa de altos estudios lateranense, le otorgó la licenciatura en Derecho Civil Comparado.
El agravamiento de la situación sociopolítica en el viejo continente, a causa del enfrentamiento bélico, motivaron su retorno al país. Ya reincorporado en su diócesis, Catamarca, fue designado vicario cooperador de la parroquia de San Juan Bautista, en Tinogasta.
Pronto, se lo designó catedrático del Seminario; y, en 1944, pro-secretario vice-canciller de la curia eclesiástica. Un año más tarde, el Cabildo Catedralicio le nombró canónico, confiándole la representación ante un Concilio Plenario Argentino, celebrado por entonces.
Al realizarse el Primer Sínodo Diocesano de Catamarca, monseñor Herrera, corrió con todo lo relacionado a su organización, desplegando sus dotes de versado jurista y canonista. Como juez sinodal, compuso un interesante estudio, «El Sínodo Diocesano con ocasión de la celebración del Primer Sínodo de 1946».
En 1949, desempeñando numerosas actividades apostólicas -muchas relacionadas con la Acción Católica Diocesana- comenzó a alternarlas con la capellanía del Barrio «San Rosa» y del Colegio de las Misioneras Catequistas de Cristo Rey, en Catamarca. Fruto de sus incansables correrías, fueron la iniciación de las obras de construcción del templo parroquial, y la fundación de otras asociaciones piadosas, tales como, «Caballeros de Cristo Rey», «Hermandad de Cristo Rey» y «Pía Unión de Cristo Rey».
En 1954, la Santa Sede le había confiado el título de Camarero Secreto de Su Santidad. A año siguiente, el Cabildo Catedral le otorgó una silla archidiaconal.
A la sazón, había compuesto varios opúsculos, sobre diversos temas, entre los que cabe mencionarse, el «Manual Litúrgico-Canónico para la celebración de un Sínodo» y «Los Sínodos diocesanos en la Argentina»; además de su lúcido tratado sobre «La doctrina canónico-legal del contrato esponsalicio en la legislación y jurisprudencia post-tridentina».
En 1955, ocasión de la provisión de obispos para las diócesis de Tucumán y San Nicolás; monseñor Herrera, había formado parte de las ternas respectivas.
Creada la nueva diócesis de Nueve de Julio, fue preconizado obispo, para ella, el 13 de marzo de 1957. El 11 de mayo, de ese año, -en la Basílica de Nuestra Señora del Valle- recibió la consagración episcopal de manos de monseñor Carlos Francisco Hanlon c.p., obispo de Catamarca; actuando como co-consagrantes, monseñor Juan Carlos Aramburu, arzobispo de Tucumán; monseñor Adolfo Servando Tortolo, hijo de Nueve de Julio, obispo titular de Cerisi y auxiliar de Paraná; monseñor Guillermo Bolatti, titular de Limata y auxiliar de Buenos Aires; y monseñor Francisco Juan Venera, titular de Abitine y auxiliar de Rosario de Santa Fe.
Desde el 2 de julio de 1957, en que tomó posesión de la Sede, hasta julio de 1961, le cupo organizar la diócesis… Tarea que, según las fuentes históricas, puede calificarse de brillante.
A nueve días de asumir, ya enviaba las primeras disposiciones organizativas. En junio del año siguiente, creó el «Boletín Oficial del Obispado de Santo Domingo de Nueve de Julio», y alentó la edición de periódicos parroquiales. Promovió la consolidación de la Fraterna Ayuda Cristiana, la Liga Diocesana del Culto, la Obra de las Vocaciones Sacerdotales, las ramas de Acción Católica, la Obra de la Propagación de la Fe, y el Apostolado de la Oración.
Sobre la base del antiguo Pre-Seminario de Mercedes, en San Bernardo (Guanaco), creó el Seminario Menor Diocesano, que comenzó a funcionar en abril de 1958.
Creó varias parroquias, algunas de las cuales otorgó esa jerarquía.
No dejó rincón de la diócesis sin visitar. De hecho, las visitas pastorales constituían verdaderos acontecimientos, pues requerían una sólida preparación previa.
El 24 de julio de 1961, monseñor Herrera, fue trasladado a la sede titular de Tanais; designándosele, sedi datus, coadjutor de la diócesis de Jujuy. Más tarde, se le nombrará obispo de San Francisco, en Córdoba, donde realizará un prolongada tarea pastoral.
Por razones de edad renunció a la sede episcopal de San Francisco el 2 de diciembre de 1988. Falleció en San Francisco el 18 de julio de 2000.
Monseñor Antonio Quarracino (1962-1968)
Había nacido en Pollica, una pequeña población en la provincia de Salerno, al sur de Italia, el 8 de agosto de 1923. Hijo de José Quarracino y María Ana Lista, «aprenderá en su familia, profundamente cristiana y trabajadora, las primeras nociones de la fe…». Contaba cuatro años de edad, cuando debió emigrar, junto sus padres, a la Argentina, radicándose en el interior de la provincia de Buenos Aires… En San Andrés de Giles, completó sus estudios primarios; y, en 1934, ingresó en el Seminario de La Plata. El 22 de diciembre de 1945, recibió la ordenación sacerdotal, de manos de monseñor Anunciado Serafini, en la Basílica de Luján.
En la diócesis de Mercedes, su obispo, el mismo monseñor Serafini, le confió progresivamente importantes tareas pastorales… Fue profesor de Letras, Historia, Filosofía, Arte Sacro, Teología Dogmática y Teología Espiritual, en el Seminario Conciliar «Pío XII»; asesor de los consejos de A.H.A.C. y J.A.C., en la Acción Católica; consultor y censor diocesano; y capellán de las Hermanas de San Antonio de Padua. Además, desde 1956, cumplía funciones como secretario canciller de la Curia Eclesiástica.
En 1961, junto al entonces provisor y vicario general de la diócesis, monseñor Eduardo Pironio, dirigía el «Boletín Eclesiástico»; colaboraba con varias publicaciones de temática teológica; y era catedrático -desde 1959- en el Instituto de Teología de la Universidad Católica.
En Mercedes, además, procuró concretar una obra cultural meritoria. En 1951, fundó el Coro Polifónico «Ciudad de Mercedes»; y, el Instituto del Profesorado, que luego presidió. Reuniendo un conjunto de intelectuales, en la misma ciudad, creó la Academia Santo Tomás de Aquino, que desarrollaría una valiosa propagación cultural.
El 3 de febrero de 1962, el «Papa Bueno», lo preconizó obispo de la diócesis de Nueve de Julio. Desde algunos meses atrás, a raíz del traslado de monseñor Herrera como coadjutor de Jujuy, esta sede se hallaba vacante, provisionalmente al frente de monseñor Domingo Cancelleri, designado vicario capitular.
Como es natural, en todo el territorio diocesano, era bien conocida la persona del electo. Pues, tanto en la parroquia de Santo Domingo, en Nueve de Julio, tan así en muchas otras, se había destacado -el padre Quarracino- como orador sagrado.
El 8 de abril de aquel año, fue consagrado obispo en la catedral de Mercedes, por el mismo prelado que le había ungido presbítero. Oficiaron como co-consagrantes, monseñor Raúl Francisco Primatesta, a la sazón obispo de San Rafael; monseñor Adolfo Servando Tortolo, obispo de Catamarca; monseñor Antonio José Plaza, arzobispo de La Plata; y monseñor Vicente Alfredo Adducci, obispo titular de Musti y auxiliar de Mercedes, quien habría de fallecer veinticinco días más tarde.
El sábado 12 de mayo de 1962, alrededor de las 16 horas, el nuevo Ordinario era recibido en Plaza «General Belgrano», de Nueve de Julio, por un elevado número de vecinos, llegados de toda la diócesis. Allí era saludado, por las autoridades, con sendos discursos de bienvenida, del intendente municipal, Miguel Muratore, y del presidente de la Comisión de Recepción. Luego, en el interior del templo catedralicio, el obispo habría de tomar posesión de la sede.
El 20 de octubre de ese año, el pontífice inauguraba el Concilio Vaticano II; vigésimo tercero, en la historia de la Iglesia. A esta asamblea ecuménica, había convocado por medio de la constitución apostólica «Humanae salutis», del 25 de diciembre de 1961. En efecto, Monseñor Quarracino, siendo obispo de Nueve de Julio, hubo participado, como padre conciliar, en todas las asambleas.
Ciertamente, como afirmara el cardenal Pironio, hacia octubre de 1995, en ocasión de las bodas de oro sacerdotales de Quarracino: «El Concilio lo marcó con ‘la pasión de la Iglesia’, de la que hablaría Pablo VI, y con el permanente deseo de ir descubriendo siempre ‘los nuevos signos de los tiempos’ y de hacer que la Iglesia sea verdaderamente ‘sacramento universal de salvación’…».
Aquí, en colaboración con el clero secular y regular, las asociaciones piadosas y toda la grey, le toco la dura tarea de principiar el «aggiornamiento», a la luz de las cuatro constituciones, nueve decretos y seis declaraciones conciliares.
En agosto de 1968, fue trasladado al gobierno pastoral de la diócesis de Avellaneda; hasta diciembre de 1985, en que se lo promovió al arzobispado de La Plata.
El 10 de julio de 1990, Juan Pablo II lo nombró arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina; siendo creado cardenal del título de Santa María de la Salud en Primavalle, en el consistorio celebrado el 28 de junio de 1991. A partir de aquí, integró varios dicasterios y organismos de la Curia Romana.
El cardenal, falleció el 28 de febrero de 1998. En ocasión de sus exequias, monseñor José Tommasi, lo despidió con las siguientes palabras (fragmento de su homilía):
«Y en Cristo y con Cristo todo el cielo donde está mi Padre Dios, y con él alimento cuerpos y espíritus, todo lo que hace a la dignidad del hombre… Y perdono y pido perdón… y amo y me dejo amar, y me caigo y aprendo a levantarme; me puedo mirar, y al hacerlo, verifico la paternidad misericordiosa, la redención total y el espíritu que anima siempre a la verdad. Querido cardenal y hermano, ¡cuánto predicaste y más viviste esta realidad!.
En mi diócesis, tu primera diócesis, lo enseñaste con el silencio de los sabios, lo viviste con la esperanza de los grandes, lo gozas en el bendito, porque lo hiciste con cuanto pequeño te puso Dios en el camino».
Monseñor Alejo Benedicto Gilligan (1968-1991)
Nació en Roberts, provincia de Buenos Aires, en el hogar de Thomas Gilligan y de Catalina Leonard Gallagher, el 7 de mayo de 1916. Fue ordenado sacerdote el 6 de diciembre de 1942, desempeñándose en principio como profesor del Seminario “Pío XII” de Mercedes, diócesis a la cual perteneció al comienzo. Se trasladó a Nueve de Julio cuando Mons. Antonio Quarracino tomó posesión de la Diócesis. En junio de 1962 fue nombrado Administrador Diocesano y Visitador de Parroquias y posteriormente fue elegido Vicario General. Durante la ausencia de Mons. Quarracino, que participó en las 4 sesiones del Concilio Vaticano II, fue nombrado Gobernador Eclesiástico Sede Plena en todas las oportunidades.
Al ser trasladado Mons. Quarracino a la sede de Avellaneda, Mons. Gilligan fue elegido Vicario Capitular, asumiendo el gobierno de la Diócesis vacante el 29 de septiembre de 1968.
Elegido, por el Papa Paulo VI, obispo de Nueve de Julio el 19 de julio de 1969; recibió la ordenación episcopal de manos de Mons. Quarracino (actuando como co-consagrantes, monseñor Raúl Primatesta y monseñor Eduardo Pironio, con el tiempo, ambos cardenales) y tomó posesión de la sede el 4 de octubre de 1969.
Monseñor Gilligan renunció -al haber alcanzado el límite de edad establecido por la legislación canónica- el 28 de agosto de 1991. Falleció en Buenos Aires el 17 de julio de 2007.
Monseñor José Tommasi (1991-1998)
Había nacido en Olavaria, el 30 de agosto de 1930, en el seno de una familia de obreros, de una profunda fe cristiana. Siendo aún adolescente ingresó en el seminario a Azul para cursar los estudios humanísticos, la Latinidad y la Filosofía. Más tarde, fue enviado por su obispo al Seminario Mayor «San José» de La Plata, donde completó su formación académica con los años teológicos. El 20 de noviembre de 1955 recibió el Presbiterado junto a los seminaristas de su diócesis, José Eduardo Giola, Emir A. Márquez, Eladio Pérez Guridi, Leandro J. Pérez, y Cesar Villamayor.
Poco después de su ordenación sacerdotal, fue nombrado profesor del Seminario Conciliar «Nuestra Señora del Santísimo Rosario y Santa Teresita del Niño Jesús», acreditada casa de estudios, cuya base fundamental la había implantado, en octubre de 1939, por monseñor Cesar Antonio Caneva (1854-1953).
Monseñor Manuel Marengo -designado tercer obispo de Azul por el papa Pío XII, para reemplazar a monseñor Plaza, en agosto de 1956- confió a Tommasi otro cargos importantes en el mismo seminario. En 1960 ya era prefecto general de disciplina del seminario, mientras desempeñada el rectorado interino el presbítero Miguel Hereyne; y poco después llegó a desempeñarse como vicerrector.
Por esos años también asesoraba el Consejo Diocesano de la Asociación de Hombres de Acción Católica.
En 1965 fue designado párroco de Santa Ana, de General Laprida. Una parroquia que había sido erigida canónicamente el 9 de febrero de 1899. Aquí permaneció hasta 1967, en que se le trasladó a Olavaria.
Ulteriormente, como vicario general en la arquidiócesis de Bahía Blanca levó adelante una tarea pastoral relevante: asesoró los cursillos de cristiandad, el Movimiento Familiar Cristiano, el Secretariado de Pastoral Parroquial y el secretariado de los jóvenes de Acción Católica.
El 22 de noviembre de 1984, Juan Pablo II lo preconizó obispo titular de Equizeto, nombrándolo auxiliar del arzobispo de Bahía Blanca. La consagración episcopal la recibió el 21 de diciembre del mismo año.
En 1991, monseñor Alejo Benedicto Guilligan, quien ocupaba la sede episcopal de Santo Domingo en Nueve de Julio desde 1969, presentó su renuncia a la Santa Sede al arribar a la mayoría de edad exigida por el Derecho. En consecuencia, el papa Juan Pablo II, en agosto de ese año, trasladó a Tommasi a esta diócesis. Todavía no son pocos cuantos recuerdan la emotiva ceremonia en la cual, monseñor Tommasi recibió la sede, de manos de monseñor Galán.
Sintetizando la labor pastoral de monseñor Tommasi al frente de la diócesis, el padre Ernesto Eraso escribió, cierta vez:
«Era exigente con sus sacerdotes, porque decía: si yo no ayudo a mis curas a que sean santos ¿Qué sentido tiene ser obispo si no los ayudo a crecer en santidad?.
«En su predicación era sencillo como los sencillos, sin perder profundidad espiritual y humana. Y, con los más crecidos, sabía predicar con un vuelo espiritual propio de los hombres llenos de la sabiduría del Espíritu Santo…».
«Son más las cosas que arregló en la diócesis que las que dejó sin arreglar…».
«Vivió un verdadero martirio espiritual -prosigue Eraso-, ante problemas graves que debía solucionar y se angustiaba enormemente por la falta de sacerdotes y de vocaciones sacerdotales. No poder servir espiritualmente a todas las comunidades de la diócesis, por falta de curas, hacía que pusiera toda su confianza en la misericordia Divina».
Acerca de su personalidad, en la homilía pronunciada durante sus exequias, monseñor José Luis Mollagan lo recordó como «un hombre de fe y oración, un hombre elegido y consagrado, marcado por el Espíritu”.
“En su ministerio –añadió monseñor Mollagan- fue primero la predicación, el anuncio del Evangelio, del que fue constituido su ministro por el Don de la Gracia que recibió de Dios».
«También -continuó el prelado- en la vida de monseñor Tommasi estuvo siempre presente María, en todos los momentos de su vida sacerdotal estaba la Madre de Jesús; una devoción honda, sencilla y austera que dio a conocer a los demás».
Mientras se hallaba participando en un Congreso sobre la Sagrada Familia, en Barcelona, después de una descompensación, un paro cardiorrespiratorio apagó su vida, el 16 de septiembre de 1998.
La sencillez de su testamento espiritual ayuda también a interpretar los rasgos de su persona:
«Agradezco a Dios me haya llamado a la vida y dentro de una familia pobre, mejor de obreros. De ellos aprendía a agradecer siempre a Dios y confiar plenamente Todo a Dios. por ser Providente. El gozo de la Esperanza ya lo poseo ante el Amor Increado, en Ellos amo a todos.
«Tuve muchísimos errores, pero siempre quise ser fiel y obrar sin doblez. Pido perdón a todos, sin duda he defraudado mucho y no siempre he dado buen ejemplo. Cuento con la oración de todos. Desde el cielo sigo amando a las diócesis por donde he pasado. Dios me enseñó a amar la Cruz y hasta agradecer las cruces de cada día, han sido mi vida, junto a María y con Ella las abracé.
«Mis amores predilectos: Eucaristía, María, Iglesia, San José, Los Niños, Las Familias.
«Mi oración predilecta: el Santo Rosario, herencia de mi madre; mi mejor altar: las rodillas de mi madre, donde aprendí a decir Padrenuestro… Ave María…
«Mi Bendición y seguridad de intercesión en el Cielo, junto a la Sagrada Familia de Nazareth, con ustedes en cada oración. Los espero ante el Padre».
Monseñor Martín de Elizalde (Desde 1999)
Nacido en Buenos Aires el 23 de octubre de 1940, en el hogar formado por Martín de Elizalde y Llobet López e Inés Berisso Goldaracena, monseñor Martín de Elizalde ingresó a la vida contemplativa en el Monasterio Benedictino de Los Toldos, donde realizó su primera profesión religiosa el 11 de febrero de 1961, y su profesión solemne hacia finales de 1964. Su formación académica la realizó, primero, en el renombrado Ateneo “San Anselmo” de Roma, donde obtuvo una licenciatura en Filosofía y en la Universidad Católica de Chile, donde se licenció en Teología.
Ordenado sacerdote el 9 de enero de 1971 en la Abadía de Santa Escolástica de Victoria, por monseñor Antonio Quarracino, por entonces obispo de Avellaneda; poco tiempo después fue nombrado prior de la Abadía de San Benito. El 9 de febrero de 1983, luego de designado Abad de ese monasterio, recibió la bendición abacial de manos del arzobispo de Buenos Aires, cardenal Juan Carlos Aramburu.
Como miembro de la Conferencia Episcopal Argentina, en la actualidad integra la Comisión de Vida Consagrada y, con antelación, también fue miembro de la Comisión de Liturgia. Asimismo, integró la Comisión «ad hoc» para el Misal argentino, presidida por el obispo Alfonso Delgado, que trabajó en la traducción del Misal Romano que aprobada por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, como “edición típica” para la Argentina.
A poco de ser ordenado sacerdote, también se incorporó al recientemente creado Secretariado de Ecumenismo como el primero de sus secretarios, cargo en el que luego alternó con monseñor Osvaldo D. Santagada. Monseñor Elizalde debía a su formación monástica el interés por trabajar por la unidad de los cristianos, ya que en los años anteriores del Concilio y obviamente, también después, los monasterios fueron activos en el «ora et labora» por el ecumenismo. La actuación de monseñor Elizalde fue fundacional, sentando las bases para mucho de lo que después se iría realizando.
Cuando fue elegido abad de San Benito, abadía que trasladó del barrio de Belgrano a las cercanías de Luján, dejó de tener parte activa en el Secretariado, pero quedó vinculado a él, debiéndose a una iniciativa suya la constitución del grupo de diálogo luterano-católico, que se inició precisamente con una celebración en la iglesia abacial del Santo Cristo.
Además de su labor pastoral, monseñor Elizalde, halló tiempo para realizar estudios teológicos e históricos, los cuales revelan notable erudición y una brillante disciplina en la labor intelectual. De ello dan testimonio sus tempranas publicaciones en la revista “Studia Monastica”, de la Abadía de Montserrat, de investigación sobre el monarquismo, entre 1965 y 1968; o mejor aún sus artículos en la revista “Cuadernos Monásticos”.
Profundo conocedor de la espiritualidad del Oriente cristiano, estudió y tradujo directamente del griego los apotegmas de los Padres del Desierto, los cuales fueron publicados primero en “Cuadernos Monásticos” y más tarde editados por Ediciones Paulinas.
En la actualidad, es miembro de honor de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina. De su vasto conocimiento sobre la historia de la vida monástica da cuenta su excelente ponencia acerca de “El Monacato Medieval y la Evangelización de los Pueblos Germánicos” pronunciada en las III Jornadas de Historia de la Iglesia, organizadas por la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina en octubre de 1997.
Por otra parte, monseñor Elizalde es un experto en genealogía, disciplina sobre la que también ha efectuado valiosos aportes. De hecho, desde el 8 de abril de 1991 es miembro de número del Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas.
Monseñor Martín de Elizalde es miembro honorario de la Fundación Vasco Argentina “Juan de Garay”; y también integra el consejo directivo en la Argentina de la histórica Orden de Malta, de la cual es Capellán Jefe Conventual ad honorem.
Tras el fallecimiento de monseñor José Tommasi, fue designado Administrador Apostólico de la Diócesis de Nueve de Julio, el 18 de septiembre de 1998. El 6 de julio de 1999 el Papa Juan Pablo II lo preconizó como obispo residencial de esta Diócesis; recibiendo el orden del Episcopado –en la Basílica de Luján- de manos del recordado arzobispo de La Plata, monseñor Carlos Galán, arzobispo de la Plata, actuando como co-consagrantes los arzobispos Emilio Ogñénovich y Estanislao Karlic, por entonces al frente de las arquidiócesis de Mercedes-Luján y de Paraná, respectivamente. Pocos días más tarde, en la tarde del viernes 17 de septiembre, tomaba posesión solemne de la Sede episcopal, iniciando así su gobierno pastoral.
De esa forma, Elizalde se convertía en el primer religioso de la Orden de San Benito en ser nombrado al frente de una diócesis argentina. Si bien, hay quienes sostienen que el primer obispo benedictino en la Argentina fue Cristóbal de Aresti Martínez de Aguilar, segundo titular de la Diócesis de Buenos Aires entre 1635 y 1641; en rigor, ello sería inexacto, pues entonces su designación fue realizada para una diócesis perteneciente a una colonia de la Corona española y no para el Estado argentino.