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Rezar y amar: un programa siempre actual

La conmemoración de san Juan María Vianney, el cura de Ars, el centenario de varias parroquias de la diócesis y el documento “La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora” son una ocasión para agradecer el ministerio de los sacerdotes, sostenerlos con nuestra oración y acompañarlos en sus cotidiano trabajo en bien de la comunidad.
“Siempre, pero sobre todo en las pruebas, debemos volver a esos momentos luminosos en que experimentamos el llamado del Señor a consagrar toda nuestra vida a su servicio” con estas palabras del Padre Lucio Gera citado por el Papa Francisco en su carta a los sacerdotes, el Obispo diocesano saludaba al presbiterio con motivo de la conmemoración litúrgica de san Juan María Vianney, modelo sacerdotal y patrono de los párrocos, este martes 4 de agosto.
Asimismo, el obispo celebró la misa en el Santuario de Fátima pidiendo especialmente por los sacerdotes de la diócesis y por las vocaciones. Les recordó a los fieles la necesidad de orar por ellos ya que el sacerdocio no es una distinción personal para quien lo recibe sino que es un don que Dios concede a su pueblo.
El santo cura de Ars, que ejerció su ministerio sacerdotal en un pequeña parroquia de Francia en la primera mitad del siglo XIX y durante alrededor de cuatro décadas, salvando las distancias de época y contexto, se nos presenta aún hoy como ejemplo y referencia de un sacerdote “encarnado” en la realidad de su comunidad, vibrando, sufriendo, alegrándose, con la vida toda de su gente. Viviendo ejemplar y austeramente, dedicado a la oración, la fervorosa celebración de la misa y los sacramentos, asistiendo a los enfermos, dedicando muchísimas horas del día a las confesiones, se hacía también el tiempo para ir hasta lugares muy alejados de Dios por sus malas costumbres, para llamar, corregir y atraer a los pecadores nuevamente al rebaño. Es célebre aquel sermón en el cual, con vibrante entusiasmo y pasión, exhortaba a sus fieles a “rezar y amar” como las dos acciones más importantes que resumen toda la actividad humana, que dan sentido real a la vida, la llenan de la verdadera felicidad y la orientan hacia su verdadero fin último.
En los últimos días, las parroquias que cumplieron cien años de existencia, han venido reflexionando, guiadas por sus párrocos sobre su vida, conversión, renovación y misión, aprendiendo las lecciones de la historia, discerniendo su presente a la luz de la enseñanza eclesial y proyectándose hacia el futuro con esperanza. En este día, los fieles rezan y saludan con más fervor y afecto por sus sacerdotes, agradeciendo y valorando su ministerio en medio de la comunidad. Una de las claves del reciente documento de la Santa Sede sobre la parroquia es, precisamente, la santidad de pastores y fieles como auténtico motor de la conversión, reforma y renovación misionera de una comunidad parroquial. En su capítulo VI, antes de pasar a otros cinco capítulos más prácticos y concretos, afirma que la santidad de los miembros de una parroquia, es la condición para la renovación. “De la conversión de las personas se pasa a la conversión de las estructuras” afirma en su nº 35.