Palabras del Obispo

Conmemorar a la Inmaculada Concepción es celebrar la Misericordia

Homilía de Mons. Ariel Torrado Mosconi
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio
en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción

Nueve de Julio, Iglesia Catedral
8 de diciembre de 2015

Conmemorar a la Inmaculada Concepción es celebrar la Misericordia.

En este misterio queda de manifiesto el amor gratuito de Dios, que antes de cualquier mérito personal de María de Nazaret, la eligió para ser una testigo privilegiada de su Misericordia que pudiera cantar en el Magnificat «acordándose de su misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de su descendencia para siempre».

Por esa elección gratuita, en el mismo instante de su concepción ya desde el seno de su madre, y en orden a los méritos de Jesús en la cruz, la preservo del pecado original. Este misterio nos lleva a descubrir el amor misericordioso de Dios siempre nos “primerea” -utilizando el término que suele usar frecuentemente el Papa Francisco-. No se trata entonces de que nosotros merezcamos su amor y salvación, sino que el amor de Dios es gratuito. No nos ama porque seamos buenos, sino que nos ama incondicionalmente. Es por eso que nuestra espiritualidad siempre debe estar fundada en esa experiencia de la gracia evitando cualquier concepción voluntarista en nuestra vida cristiana.

Las lecturas de la Palabra de Dios que nos ofrece la liturgia de hoy para ahondar en este Misterio nos muestran como la historia de salvación no es otra cosa que una historia de amor entre Dios y su pueblo. En ella el hombre desde sus mismos orígenes se aparta obstinadamente del Creador y se esconde de su presencia. Pero Dios no deja de perseguir al hombre con su misericordia y por eso lo va a buscar allí donde está escondido y lo llama: ¿dónde estás? El hombre responde desde su escondrijo humillado y temeroso, y Dios lo envuelve con su amor misericordioso. Su mirada lo dignifica y lo sana. Es que Dios no rechaza a quien ve sino que purifica a quien mira, ante Él arde un fuego que quema la culpa.

Esta historia de amor no se remite sólo a los orígenes de la humanidad sino que relata tu historia y la mía. Se repite en nuestra vida personal. Cada uno de nosotros, muchas veces hemos vivido escondidos de su presencia, y el Señor, una y otra vez, nos ha ido a buscar obstinadamente hasta encontrarnos. También nosotros pecadores perdonados, sanados por su misericordia, podemos decir como san Juan de la Cruz «no quieras rechazarme, después que me miraste, que gracia y hermosura en mi dejaste».

En esta historia de amor Dios ha puesto una persona muy especial como mediadora en este combate entre el pecado y la gracia: María. Desde los orígenes, en el así llamado protoevangelio, Dios nos promete que establecería una lucha entre la mujer y la serpiente. En Ella Dios vence el mal, y en nuestra vida su triunfo se hace presente por su poderosa intercesión maternal.

La experiencia de la Misericordia hace que María pueda dar un sí generoso y confiado a la Voluntad del Padre. Esperemos que también nosotros, en este año de gracia, animados por la Virgen, podamos dar nuestro sí a la voluntad de Dios y ser como Ella apóstoles de su misericordia.

 

+Ariel Torrado Mosconi
Obispo de Nueve de Julio