Palabras del Obispo

Camino, alabanza y ofrenda

Homilía de Mons. Ariel Torrado Mosconi
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio
en la Ordenación Sacerdotal del
hermano Luis Zavalía OSB

Monasterio Benedictino Santa María de Los Toldos
31 de mayo de 2017

Los textos de la palabra de Dios proclamados y la celebración litúrgica de hoy, no pueden ser más oportunos y propicios para ayudarnos a captar la significación y el sentido de la ordenación presbiteral de este monje, hermano nuestro.

Contemplación y acción, oración y servicio, ministerio sacerdotal y vida monástica son realidades que se enriquecen mutuamente. Esta tensión fecunda me suscita la reflexión en torno a tres realidades o aspectos esenciales de la vida cristiana, monástica y sacerdotal, y que expreso así: el camino, la alabanza y la ofrenda.

Camino

Se trata de contemplar la existencia en clave de historia de la salvación “Partió y fue sin demora”, se puso en camino. Esta es una dimensión fundamental e insoslayable de la vida de los monjes y de todos los cristianos: somos “los del Camino”, peregrinos de la fe, buscadores del verdadero rostro de Dios y su voluntad, al mismo tiempo que, saliendo de nosotros mismos, conformamos la comunidad fraterna para vivir en la unidad de la fe y el amor. Y es la actitud misma que funda la “secuela Christi”, la vida de seguimiento de Cristo paradigma común que atraviesa y une todas las vocaciones, carismas y ministerios en la Iglesia.

Desde esta visión de la vida cristiana como seguimiento del Señor -querido Hno. Luis- viviendo tu profesión monástica como búsqueda de Dios, bien podrás conjugarla con tu ministerio presbiteral, que no es otra cosa, que guiar a tus hermanos a caminar hacia el  encuentro con el Señor, sin caer en la tentación del sedentarismo, ni en la seducción de falsos y efímeros oasis. Y todo ello, antes que nada, por el testimonio silencioso de la propia vida monástica “siendo lo que eres” un hombre en camino hacia Dios.

En este sentido -hermanos y hermanas- Luis, con su vida de monje sacerdote, recordará  a todo creyente a seguir el camino y la escuela del seguimiento del Señor, siendo contemplativo en la escucha de la Palabra para buscar su Reino, ya que todo lo demás viene por añadidura.

Alabanza

En segundo lugar, el Magníficat de María nos propone la actitud de adoración y alabanza, que brotan de la vida misma, al sentir en carne propia las maravillas que obra el Señor de la vida y de la historia. La alabanza ha sido desde siempre una dimensión fundamental de la vida de los monjes, el “oficio divino” es la ocupación primera de la comunidad monástica. Podríamos decir, en un lenguaje más sencillo, que la alabanza a Dios es el primer trabajo del monje.

Así, querido Luis, por el camino de María irás integrando cotidianamente en vos mismo, el servicio a Dios en la alabanza y a los hermanos llevándolos a la alabanza de Dios por el ejercicio de tu ministerio sacerdotal.

Y este testimonio de un monje sacerdote y de su comunidad toda, nos ayudará, -hermanos y hermanas- a vivir en la alabanza descubriendo cada día la mano salvadora de Dios en medio de las luces resplandecientes o de las sombras de las pruebas y el dolor. Por la adoración, nuestra vida se centra en Dios, encontrando su auténtico sentido y verdadero rumbo. El ministerio de nuestro hermano será una invitación a veces callada, y otras por medio de la predicación, a ser adoradores “en espíritu y en verdad” (cfr. Jn ). Así, por la alabanza, es como renacerá, también, la esperanza, brotará la alegría de la salvación, recibiremos el consuelo en medio de los sufrimientos y encontraremos fuerzas para confortar, trabajar y luchar por nuestros hermanos, sin desfallecer.

Ofrenda

En tercer lugar, oiremos dentro de unos momentos cuando se entregue el pan y el cáliz al recién ordenado: “Recibe la ofrenda del pueblo santo de Dios… y configura tu vida con el misterio de la pasión de Cristo”. Vemos, en este punto, como una realidad va llevando a la otra, como se van concatenando admirablemente: de la contemplación brota la alabanza alcanzando su madurez o plenitud en la ofrenda, en la comunión, en la configuración con el Señor en su “passio”, en su misterio pascual. La vida del monje es una oblación de alabanza, “sacrificium laudis”, y la existencia sacerdotal es también una oblación de servicio a Dios en la persona de sus hermanos, “officium amoris”. Toda existencia cristiana es una participación en el misterio pascual del Señor.

En esta perspectiva, ambas vocaciones monástica y sacerdotal, no solamente se complementan sino que se unifican en cuanto ofrenda de la propia existencia como salida de sí, superación del egoísmo y disponibilidad para el servicio, la hospitalidad, la escucha y la ayuda. ¡Este será tu modo peculiar de hacer pastoral, Hno. Luis!

Y, en este sentido, su carisma monástico y su ministerio presbiteral serán un testimonio que recuerde a la comunidad e invite a cada cristiano a hacer de toda su existencia un auténtico “culto espiritual” (cfr. Rm 12,1) y así la acción pastoral aparecerá ante los ojos del mundo como la luminosa irradiación del testimonio -silencioso y contundente a la vez- de la ofrenda de la propia vida.

Permítanme -para concluir- dos consideraciones finales motivadas en el magisterio del Santo Padre dirigidas especialmente a ti hermano Luis, pero por extensión a toda esta querida comunidad monástica.

El Papa Francisco nos está haciendo redescubrir, con sus gestos y con su enseñanza, la realidad de la Misericordia y nos llama a ser como un “hospital de campaña”. Como monje continuarás la venerable tradición monástica de hospedar a los peregrinos de la vida, especialmente a aquellos heridos por el pecado: ¡recíbelos con misericordia entrañable! Como presbítero desplegarás tu ministerio en la caridad pastoral: ¡ella es misericordia en acción!

El Santo Padre también nos exhorta a ser “Iglesia en salida” ¿puede serlo una comunidad monástica? ¡Claro que sí! Un servicio en salida, sin demora, “primeriando” como María en la caridad llevando la presencia de Jesucristo a cada hermano con el propio testimonio de su vida cotidiana dedicada al Oficio Divino, al trabajo y a la acogida de quienes llegan.

En ese sentido quiero expresarle a esta comunidad de todo corazón la gratitud porque son para nosotros ese ámbito de misericordia y de encuentro con Dios. Agradezco la íntima compenetración y pertenencia de esta Abadía a la Iglesia particular de Santo Domingo en Nueve de Julio. Me animo a decir, sin exageración alguna, que muy otra hubiese sido nuestra historia diocesana sin la presencia de este monasterio, por todo lo que recibimos de su carisma, hospitalidad, testimonio, servicio, colaboración y, sobre todo, de la oración.

Por eso los invito a todos: monjes, sacerdotes y fieles, a que animados por la obra de Dios en el hermano Luis, también nosotros, siguiendo a María, podamos ponernos en camino sin demora, cantando la alabanza de la ofrenda de nuestra vida y de las maravillas que Dios realiza en su Pueblo.