Palabras del Obispo

El cuerpo, la comunión y la vida

El cuerpo, la comunión y la vida

Homilía del Obispo de Santo Domingo de Guzmán

Celebración de la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

Iglesia Catedral – Domingo 3 de Junio de 2018

(Ex 24,3-8; Sal 115, 12-13.15-18; Hb 9,11-15; Mc 14,12-16.22-25)

Queridos hermanos:

Hace pocos días en una pretendida muestra artística hemos visto la parodia burlesca que fue comerse una torta con la forma de un Cristo yacente, tal vez esa expresión esté reflejando lo que está pasando en la triste realidad que tenemos que ver cada día en nuestra Argentina y en el mundo entero. También hoy profanamos la presencia de Cristo en los pobres, mientras hay niños con hambre, jubilados que no tienen ni para remedios, familias que no llegan a fin de mes con su sueldo y aumentan los pobres.  Devoramos la carne de Cristo en el hermano y nos alejamos de la verdadera comunión.

Son dos caras de una misma realidad. Cuando gran parte de la sociedad da la espalda, olvida y hasta se burla de Dios, termina luego por despreciar, ser indiferente al otro, al prójimo, que se convierte en alguien que sobra, pesa o molesta. Asimismo, el egoísmo para con los demás es una falta de respeto y rechazo de Dios. ¡Y debemos estar muy atentos porque en épocas de crisis el imperativo del “sálvese quien pueda” nos vuelve a todos mezquinos, insolidarios y hasta violentos!

La celebración de hoy tiene muchísimo para decirnos en este sentido. Las lecturas de la Palabra de Dios que se acaban de proclamar nos hablan del cuerpo, de la sangre, de la vida. En la simbología bíblica, la sangre es el principio de la vida. Su nombre ya de por sí es fuerte y contundente: “Corpus”, que quiere decir “cuerpo”. El cuerpo y la sangre de Cristo en su realidad, en su presencia sacramental que es el alimento de la fe y de la vida. Por eso hoy, renovamos nuestra fe en esta presencia tan real como especial del Señor en medio de su pueblo, lo contemplamos tan sencillamente cercano a nosotros en la humildad del pan partido y del vino, y lo recibimos como el alimento que nos nutre verdaderamente fortaleciéndonos con su gracia y amor.

¡Este es el fruto mejor y mayor de la comunión: quien recibe a Jesús crece en su amor! Se une más estrechamente a Dios y con los demás, con el prójimo, con el hermano. La unión con Jesús en la comunión nos libera del miedo a la generosidad, de la cobardía de no querer servir y de la insensibilidad ante el pobre o el que sufre.

¡Nosotros comemos el verdadero cuerpo y bebemos la sangre real de Cristo para poder vivir en el amor! Otros ríen frívolamente en una parodia con pretensiones artísticas mientras afuera muchos pasan hambre y frío.

Renovemos, entonces, nuestra fe en el Dios de la vida. El Dios que quiere que todos vivamos ya desde ahora y lleguemos juntos a la vida eterna. Por tanto, y para ello, cuidemos la vida, toda vida. La vida desde el vientre materno hasta la del anciano que ya no produce, la vida familiar y la vida social e institucional de la nación, cuidemos la patria, cuidemos a los pobres. Eso es cuidar el cuerpo, las personas, y no “salvar el propio pellejo”

En épocas difíciles, el egoísmo suele aflorar y manifestarse con todas sus fuerzas y miserias. Nuestro antídoto, remedio y alimento es el amor, la eucaristía, “el amor de los amores” -como cantamos- por eso, cuantos celebramos hoy el “Corpus”: recibamos con fe la comunión con el cuerpo del Señor, para cuidarnos unos a otros y permanecer unidos en el amor. Así sea.