Palabras del Obispo

70º aniversario de la fundación del monasterio Santa María de Los Toldos

Homilía del Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio, Ariel Torrado Mosconi,
el VI Domingo de Pascua
70º aniversario de la fundación del monasterio “Santa María de Los Toldos”
(Hch 10,25-26.34-45.44-48; Ps 97,1-4; I Jn 4,7-10; Jn 15,9-17)

En feliz coincidencia, los textos bíblicos recién proclamados de este sexto domingo de la pascua, nos remontan al sugestivo y entrañable ámbito del Cenáculo. Espacio de la Cena y de la efusión del Espíritu. Lugar del ágape, del amor, del mandamiento nuevo como signo, llamada y ofrenda. ¡Qué mejor “marco” y “espejo” para conmemorar el nacimiento de una comunidad cristiana, como es el caso hoy de nuestro monasterio! “Marco” porque en la comunidad monástica se escucha la voz del Espíritu en la lectura de las Escrituras, se alaba “en espíritu y en verdad” con el Oficio Divino y se práctica cotidianamente el “mandatum novum” en la hospitalidad en clima, estilo y regla de fraternidad. “Espejo” ya que en él encontramos el arquetipo comunitario, tanto para elevar una acción de gracias por las maravillas obradas en, con y por medio nuestro, como para ese examen de conciencia sobre nuestra historia comunitaria que llama siempre a la reforma y la renovación.

 

Las lecturas de la Palabra de Dios iluminan la realidad de una comunidad local y concreta. Permítanme referir las enseñanzas de los textos de hoy a nuestro monasterio y a cuanto significa –ayer, hoy y en el futuro- en la vida de esta Iglesia particular.

La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles refiere el itinerario de búsqueda, conversión y encuentro de la fe no solamente de Cornelio sino de los gentiles en su conjunto. ¡Sobre todos se derrama el Espíritu de amor y salvación!

A lo largo de estos setenta años muchísimas veces se ha obrado el prodigio invisible de la gracia y se han hecho realidad lo expresado en el libro de los Hechos: “el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban la Palabra”. ¡Este ha sido un lugar de escucha real y honda! Aquí se han sentido acogidas, interpretadas y ayudadas tantísimas personas que han acudido a los monjes con sus crisis, heridas y pecados. Aquí muchos han escuchado por vez primera, o vuelto a escuchar, el “Sígueme” del Maestro. Aquí se ha cultivado cotidianamente la escucha del Verbo en la escuela de la lectio divina. El silencio monacal ha sido el clima en el cual se hizo fecunda esta escucha mutua y múltiple de las personas entre sí y con Dios. ¡Esto es una realidad, un valor y un bien muy grande por el cual debemos dar sentida acción de gracias al Señor! No se puede cuantificar: alabemos a Dios por las maravillas que obró en lo secreto en tantos corazones y vidas enteras.

La lectura de la primera carta de Juan expresa de modo claro, profundo y contundente el misterio del amor divino: Dios nos ama infinitamente, por eso podemos amar y, en conocer, practicar y vivir ese amor, consiste la vida nueva del cristiano. Si el amor es un fuerte testimonio cuando lo vemos llevado a la práctica por una persona, es todo un signo impactante, convincente y atrayente al ser vivido por una entera comunidad.

En estas siete décadas cuántas personas se han sentido amadas, es decir: valoradas, comprendidas y confortadas por la hospitalidad, acogida y ayuda de la comunidad de los monjes. Desde los crotos hasta los altos prelados, pasando por los vecinos de las chacras de la zona, los sacerdotes o las religiosas heridos y agobiados por tantas situaciones, laicos y familias deseosos de crecer en espiritualidad y santidad. ¡Se han sentido amados, sobre todo, por la alegría y cordialidad con que fueron recibidos! Alegría y cordialidad: marca de fábrica de este monasterio…

El relato de la Cena en el evangelio de Juan nos invita siempre a redescubrir la esencia de nuestra fe. A esta página deben volver una y otra vez las comunidades cristianas -por eso mismo también las monásticas- para recuperar la frescura y sencillez del “primer amor”, condición de toda auténtica y genuina renovación. Comunión y servicio de y en el amor se integran aquí admirablemente. Allí se resuelven todas las dicotomías, dilemas y tensiones. Ahí la comunión y el servicio se hacen fecundos por el amor. Amor que proviene del don y está igualmente llamado a donarse.

Las palabras “Permanezcan en mi amor”, “los llamo amigos”, “los elegí y destiné para que vayan y den fruto”, “lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros” resuenan aquí y ahora con nueva fuerza para esta comunidad benedictina en este hito y encrucijada de su propia historia. Aquí está su programa de vida y renovación constante ya que en ellas inspiraron la Regla. En ellas encontramos la guía para el necesario examen de conciencia, los motivos para la acción de gracias y, sobre todo, la motivación, el aliento y el impulso para seguir caminando con renovada esperanza.

Me detengo en “los llamo amigos”, Jesús en su paso por esta tierra cultivó la amistad como una realidad humana y humanizante. Qué hermoso es poder respirar en este monasterio el clima de amistad que nos remonta a no sentirnos solos en los momentos de getsemaní y encontrar ese Betania que nos consuela y anima a seguir caminando hacia la cruz.

En este domingo, todo él “eucarístico” porque alabamos al Señor en su día por las maravillas de la creación y de la redención, celebramos el misterio pascual sacramentalmente y le presentamos nuestra gratitud por su obra en esta comunidad monástica, solamente me resta -pero no como un apéndice, sino como pastor de este rebaño- manifestarles con todo el corazón el agradecimiento de toda la Iglesia particular: laicos, consagrados y sacerdotes por todo lo recibido de Uds. No creo exagerar en nada, al afirmar que, muy otro sería el “rostro” de nuestra diócesis sin esos “rasgos” propios y definidos que le aportaron “los monjes de Los Toldos”, como cariñosamente les llamamos. ¡Muchas gracias, nuevamente, desde los hondo del corazón! Amén. Aleluia.