Palabras del Obispo

Homilía del Viernes Santo

Homilía de Mons. Martín de Elizalde OSB
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio
en la Celebración de la Pasión – Viernes Santo

Nueve de Julio, Iglesia Catedral
3 de abril de 2015

 Queridos hermanos y hermanas:

Acabamos de escuchar la lectura de la Pasión del Señor, según el evangelista san Juan, en este clima despojado, sobrio pero sereno, de la celebración del Viernes Santo. Estamos reunidos para conmemorar la generosidad de Dios nuestro Padre, que nos ha reconciliado a nosotros, pecadores, por la Pasión y Muerte de su Hijo, y nos abre las puertas de la esperanza. No podemos contemplar los episodios que el Evangelio nos refiere como simples espectadores, o como quien repasa un rito antiguo, emotivo pero que pertenece al pasado. Acudimos a la fuente del perdón y de la misericordia, conducidos por “Jesús, el Hijo de Dios, Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo”, y con Él vamos “confiadamente al trono de la gracia”. Así leímos en la carta a los Hebreos, esta misma tarde. La reconciliación nos fue dada una vez para siempre, pues el Hijo de Dios, por su obediencia, “alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen”: a nosotros toca actualizar esa salvación recibida para superar nuestros pecados y ofensas, acompañando la participación esforzada, consciente, generosa, en el sacrificio de Cristo, en su propia entrega a la voluntad del Padre, con los sentimientos suyos, incluidos en el abrazo con que llega a cada uno de sus hermanos. Y decíamos que no somos espectadores, sino partícipes, de este momento solemne, que sigue siendo presente, duro, exigente, para acompañar los sufrimientos de Cristo. Ser cristianos significa que la gracia recibida nos configura con el Hijo de Dios, nos da una identidad, nos otorga la confianza de la salvación, pero también nos compromete para que este don divino llegue a nuestros hermanos, por el testimonio de los creyentes. Lo primero que corresponde expresar en este día, es el agradecimiento a Dios, y comprometer nuestra gratitud con el compromiso de la fidelidad y la continuidad del sacerdocio de Cristo que redime.

Hasta hoy, y así será hasta el fin de los tiempos, el cristiano tiene que sobrellevar el combate, interiormente para ser fiel y no caer en la tentación, y exteriormente, para que resuene siempre en el mundo la confesión de la fe recibida y el anuncio de la salvación a quienes la esperan todavía. Contemplar los sufrimientos de Jesús nos inspira para que seamos también esforzados y valientes, como los innumerables hermanos nuestros que padecen la persecución por su fe, son desterrados y encarcelados, perseguidos hasta la muerte; este testimonio luminoso es una afirmación poderosa, unan proclamación de que Dios otorga a los débiles la fortaleza y convierte su martirio en un anuncio más elocuente. Hace muchos años que los hermanos cristianos, en Oriente, son víctima de graves injusticias, impedidos de profesar su fe, y donde hasta el más pequeño símbolo del cristianismo, cualquier actitud creyente, son causa de prisión y de muerte. Siempre ha habido persecución, desde los primeros cristianos hasta hoy, y esa persecución se ensaña ahora con los miembros más débiles e indefensos del Cuerpo de Cristo. No los conocemos, pero los amamos; les damos gracias por lo que nos dan con su martirio.

Recordémoslos hoy, pues ellos imitan a Jesús, y en sus pruebas y suplicios interceden por nosotros, además de dejarnos el ejemplo luminoso de su fe. Recordémoslos orando por ellos, para que la fuerza y el consuelo de Dios los acompañen, y que su combate resulte en un anuncio más claro del Evangelio y en la conversión de sus perseguidores y de quienes, como nosotros, somos débiles, estamos cómodos, no nos sentimos aludidos y no sabemos ni queremos profesar con desprendimiento y generosidad la fe recibida. Recordémoslos, como nos invita a hacerlo la Iglesia en este día, siendo generosos con la ayuda material que se nos pide, para que los cristianos de los Santos Lugares que recorrió Jesús y santificó con su Muerte y Resurrección, y que modernamente son regados por la sangre de nuevas víctimas, encuentren el alivio de su situación por la solidaridad de los cristianos del mundo entero. El día del sacrificio de Cristo nos unimos de esta manera a quienes por el martirio de familias enteras, de hombres decididos, de mujeres generosas, de niños, siguen dando el testimonio de su bautismo en la tierra de Jesús y de su Madre, María. A ella, encomendamos la causa de estos hermanos.