Palabras del Obispo

Cultivar la viña y remar mar adentro: todo en el nombre del Señor

Homilía de Mons. Ariel Torrado Mosconi
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio
en Encuentro Diocesano de Jóvenes 2017

Bragado
8 de octubre de 2017

Dos bellísimas imágenes cargadas de simbolismo, significado y sentido se nos presentan en la celebración eucarística de este día: la viña y el mar.

Las lecturas de Palabra de Dios nos proponen la imagen de la viña. No forma parte de nuestro paisaje bonaerense pero fácilmente la podemos imaginar. Y es bueno que cerremos nuestros ojos e imaginemos ese ancho campo en el que crece la vid de donde salen las uvas para el vino. Cuesta trabajar la tierra reseca. Cada plantita es muy delicada. Hay que cuidarla con mucha dedicación. Regarla en su medida, podarla cuando es oportuno y mantenerla libre de malezas.

¡Así es nuestra persona, nuestra vida, nuestra alma! No somos una casualidad, no nacimos por azar. Venimos del amor de Dios. Somos una semilla que ha germinado, otros la han cultivado. Vamos creciendo hasta dar el fruto de la uva que se transforma en vino. El vino es símbolo de la alegría, la abundancia y la esperanza. Una vida plena, realizada, no es la del que ha alcanzado la fama, o el poder, o el éxito, o el dinero ni mucho menos la que ha caído en el desgano, la desilusión y la apatía. El triunfo, ganar en la vida, es dar frutos de amor, alegría, generosidad y esperanza. Ese es el fruto bueno de la viña bien cultivada.

Esta comparación de la Biblia nos invita a tener dos actitudes. En primer lugar, a dejarnos cultivar por Dios. Es decir, dejar que la luz de su Evangelio nos ayuda a madurar, que la savia de la Eucaristía y los sacramentos nos den la verdadera energía, vitalidad, fuerza, dejar que aquellos que nos quieren bien nos vayan podando de nuestros errores o cuidándonos con el cariño y la ternura del buen viñador. Y, en segundo lugar, a ser viñadores unos de otros. O sea, cultivarnos, cuidarnos, acompañarnos, motivarnos, corregirnos, curarnos mutuamente. El individualismo genera indiferencia y esta lleva a la soledad y la desesperanza. Si nos ayudamos unos a otros, si superamos el individualismo, vivimos y ganamos todos.

Este año, desde la Pascua Joven, hemos ido meditando aquella página del Evangelio que evoca la pesca milagrosa de Jesús y los Apóstoles. La invitación es remar mar adentro para no quedarnos en la orilla tranquila o desierta de la vida, en la comodidad o el sin sentido de la existencia. La vida, el mundo y la historia son un inmenso mar: no podemos rehuirle, no podemos negarlo, no podemos evadirnos. Vale la pena remar mar adentro aunque haya tormenta o sea de noche, aunque haya crisis o no veamos claro. ¡Y siempre “en su nombre”! Ahí está la clave, ese es el secreto. Apoyados en la certeza de ese nombre, animados por la fuerza de ese nombre, entusiasmados por la alegría que da ese nombre nos animamos a la aventura, a la generosidad, a remar contracorriente por el amor de su nombre. Ese nombre es Jesús. Él es el camino, la verdad y la vida. El amor verdadero. El nombre que está sobre todo nombre.

Estas dos imágenes nos ayudan a darnos cuenta que la vida es un don y una tarea. Es un verdadero llamado, una auténtica vocación. Un don a cultivar, cuidar y trabajar. Un llamado a desplegar y desarrollar la existencia apoyados siempre en el nombre del Señor. Precisamente el tema del próximo Sínodo al que ha llamado el Papa será “los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. En estas reuniones el Papa llama a reflexionar sobre los temas más importantes y urgentes para la evangelización, como hizo hace algún tiempo con la cuestión de la familia. Este encuentro nos ayuda a entrar en tema. Son temas vitales. ¡En mi adolescencia o en mi juventud la fe en el nombre de Jesús me ayuda a discernir mi vocación de vida, mi lugar en el mundo, un rumbo para la existencia!

Queridos chicos y chicas: san Juan Pablo II -que tanto amaba a los jóvenes- no se cansaba de decirles siempre tres palabras: “no-tengan-miedo” ¡No tengan miedo de abrir las puertas de su corazón de par en par a Cristo! ¡Dejen que Dios mismo vaya cultivando la viña de nuestra propia vida! ¡No tengan miedo de lanzarse al mar de la vida sin soltarse ni olvidarse de Jesús!

Y el Papa Francisco no deja de hablarnos y llamarnos a regalar al mundo “la alegría del Evangelio”. Porque hay mucho dolor y tristeza en el mundo, hace falta tanta alegría. Y los jóvenes pueden y tienen que llevarla. Lo hacen cuando se dejan cuidar y cultivar por Dios, cuando no tienen miedo de vivir en su Nombre. Termino invitándolos, llamándolos, exhortándolos con las mismas palabras de san Pablo a los cristianos de Filipos que resonaron en la segunda lectura de hoy: “¡Pongan esto en práctica, y el Dios de la paz estará con ustedes!”.