Palabras del Obispo
Dones vitales e incomparables
Homilía
del obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio,
Ariel Torrado Mosconi,
durante la Misa crismal en la Iglesia catedral,
jueves 28 de mayo de 2020
(Is 61,1-3ª. 6ª. 8b-9; Sal 88,21-22. 25. 27; Ap 1,4b-8; Lc 4,16-21)
En una situación verdaderamente excepcional, a causa de la emergencia sanitaria por la pandemia de coronavirus, estamos celebrando la santa Misa crismal. Como bien sabemos, cada año antes de la pascua, el obispo concelebra esta eucaristía con su presbiterio y en la cual participan representantes de las comunidades, para bendecir los óleos, consagrar el crisma. En ella, también, los presbíteros renuevan las promesas de su ordenación. Se trata, entonces, de uno de los acontecimientos más entrañables y significativos en la vida de la Iglesia particular porque así se pone de manifiesto la comunión de fe y misión del pueblo santo de Dios, consagrado, precisamente, para bendecir, anunciar y testimoniar con toda su vida el nombre del Señor.
No he querido que culminase el tiempo en el cual conmemoramos la pasión, muerte y resurrección del Señor sin celebrar esta misa crismal. En efecto, de este misterio brota la salvación, comunicada a través de la Iglesia, por los sacramentos que nos confieren y transmiten la gracia. Sea esta celebración como una verdadera súplica y clamor a Dios para que nos libere de la pandemia y podamos volver a participar de manera ordinaria de la Eucaristía y los demás sacramentos, fuente de vida nueva para los creyentes, significados en los santos óleos. La bendición de hoy es un grito de esperanza, para que muy pronto podamos ungir a los nuevos bautizados y a quienes les he de conferir el don del Espíritu Santo por el sacramento de la confirmación. Con este santo crisma espero ungir las manos de quienes han sido elegidos para el orden sagrado. En fin, la celebración de hoy, es toda ella un acto de confianza para que, lo más pronto posible, podamos volver a participar con alegría de la liturgia sacramental.
La Iglesia catedral vacía sin la presencia del presbiterio en su conjunto, los fieles siguiendo la liturgia en forma virtual, son una muestra contundente e incontestable de ese otro vacío, incertidumbre y temor en el cual están sumidas millones de personas. Este virus, invisible a la simple mirada de los ojos, ha trastocado la vida cotidiana la mayoría de la humanidad y nos hace sufrir por la pérdida de tantas vidas, la enfermedad y la necesidad a la cual son arrojadas tantísimos seres humanos.
Como creyentes -mirando particularmente la vida de nuestra querida diócesis- tengo la impresión de que hemos reaccionado y respondido con acierto, rapidez y generosidad. Los sacerdotes han tratado de seguir llevando adelante la tarea evangelizadora, comunicándose con los fieles, mediante las posibilidades dadas por las nuevas tecnologías, para confortarlos en su soledad y dolor, para seguir predicando y catequizando en la fe, alentando el testimonio en un escenario y condiciones de vida tan novedoso como inesperado. Realmente notable y destacable, ha sido la acción de caridad. Cáritas está impulsando la generosidad y solidaridad de los cristianos ante el dolor y la necesidad de nuestros hermanos más pobres, solos, enfermos o ancianos, con medidas, acciones y campañas bien concretas. Ciertamente no podemos darnos por satisfechos. No obstante, debemos estar agradecidos por estos frutos genuinamente evangélicos que asoman en medio de la vulnerabilidad y ante situaciones siempre latentes de la mezquindad y división. ¡Doy gracias a Dios por el fervor, comunión y generosidad del esta porción del santo pueblo de Dios que peregrina en nuestra diócesis!
Hoy-como dije- se bendicen los santos óleos y se consagra el crisma para la celebración de los sacramentos. Por medio de los signos sacramentales nos llega la abundancia de la gracia, los dones de Dios, el auxilio de la vida que nos sostiene en la imitación y el seguimiento del Señor Jesús por la senda de su evangelio. No podemos vivir sin la ayuda de la gracia. Ciertamente, la infinita misericordia de Dios nos auxilia de muchas otras maneras. No obstante -permítanme decirlo con una comparación- así como el ser humano no puede vivir sin alimentarse, el fiel cristiano no puede subsistir sin recibir los sacramentos. Todos los nutrientes, las vitaminas y proteínas para nuestro organismo y salud espiritual, nos llegan por la gracia de los sacramentos.
En estos días escuchamos repetidamente la referencia a los “servicios esenciales”. Si hay algo genuina, auténtica y verdaderamente esencial en la vida cristiana es, precisamente, la eucaristía y la vida sacramental toda. ¡Me han impresionado y conmovido algunos fieles laicos diciéndome que la lectura y meditación de la Palabra de Dios de estos días -por que no podían hacer otra cosa- les hacía desear la comunión y los había hecho valorar mucho más el don de la eucaristía! Es verdad que gracias a las nuevas tecnologías se puede seguir la celebración a través de los medios digitales, sin embargo, del mismo modo que no es lo mismo ver una foto de un ser querido, o un video o hasta una video llamada, que ciertamente nos acercan, pero al mismo tiempo nos hacen ansiar aún más el momento del encuentro personal para el abrazo y la cercanía que no puede brindar ninguna tecnología. Ojalá este peculiar “ayuno eucarístico” nos haga apreciar y gustar estos dones vitales e incomparables, que nos sostienen en nuestra peregrinación terrenal hacia el hogar definitivo.
Quiera Dios, también, que esta situación de excepción, también para la vida eclesial, nos ayude a redescubrir la belleza, armonía y vigor de nuestra fe cristiana. La Palabra divina -que tal vez podemos contemplar más reposadamente posibilitado por el aislamiento social de estos días- y el testimonio de la caridad nutridos por la gracia sacramental, son el sostén de la existencia cristiana. Palabra, celebración sacramental y testimonio de caridad son constitutivos de la vida eclesial. De la armonía e integración de estas realidades de fe, dependen la fecundidad y los frutos de toda la tarea evangelizadora. ¡Roguemos fervientemente para que muy pronto podamos estar participando de la celebración de los sacramentos!
Vuelvo a reiterar cuanto vengo sosteniendo en los últimos días: la recomposición y reconstrucción del tejido social, cuanto del interior de las personas devastadas por la angustia o tentadas por el egoísmo, será posible desde unas sólidas bases y actitudes espirituales. Tal vez una de las primeras y más hondas lecciones que nos deje el sufrimiento de esta pandemia, sea tomar conciencia que hemos descuidado la interioridad, la dimensión espiritual de la persona y de la sociedad. Reconocer que, en definitiva, desplazamos, marginamos u olvidamos a Dios mismo. Huérfanos de Él, dejamos de reconocernos hermanos, la vida se desvaloriza en su dignidad, y van ganando terreno los sucedáneos que nos alienan y esclavizan. ¡Reavivemos nuestra fe, cuidemos nuestra alma y renacerá la alegría, la solidaridad y la esperanza!
Queridos hijos, hermanos y fieles todos: en este día renovemos nuestra cordial pertenencia de fe en esta Iglesia particular, revitalicemos la unidad más allá de la distancia física y reafirmemos nuestro compromiso evangelizador. En esta hora de la historia, más que nunca, cobra nuevamente vigencia la llamada del Santo Padre a ser “Iglesia en salida” buscando nuevos modos de misión y “hospital de campaña” ya que hay tanto para curar en nuestra sociedad herida, desorientada y, a veces, “agrietada”. Queridos hermanos sacerdotes, hoy con mucha emoción les agradezco de todo corazón su vida y ministerio, su entrega y caridad pastoral. Ruego cada día por su fidelidad y generosidad sacerdotal, comprometiéndome a seguir estando cerca de todos ustedes. Recemos mutuamente y así “Caminar en comunión para anunciar a todos la alegría del Evangelio”. El Espíritu derramado en Pentecostés sobre la Iglesia naciente, se lo conceda también a nuestra diócesis como gracia y bendición. Amén. Aleluya.
+Ariel Torrado Mosconi
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio