Palabras del Obispo
El camino, un lugar y la Voz
(Dn 7, 9-10. 13-14; Sal. 96,1-2.5-6.9; II Pe 1,16-19; Mc 9,2-10)
Homilía del Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio
en la celebración eucarística el día de la Transfiguración del Señor,
en el monasterio de las Hermanas Benedictinas Misioneras,
La Ciudadela, Gral. Viamonte, lunes 6 de agosto de 2018
La página evangélica que está en el origen y motivo de esta festividad -se acaba de proclamar según san Marcos- nos muestra claramente tres realidades cargadas de significado: el camino, el lugar y la voz de Dios.
Ya de por sí el camino tiene una significación antropológica muy honda, evocador de otras realidades humanas, se hace metáfora de la existencia humana que es una senda a transitar, un viaje a realizar. La misma historia de la salvación puede concebirse como el caminar de todo un pueblo y la vida de fe es un fascinante y azaroso viaje espiritual. El texto de Marcos muestra claramente un viaje, un recorrido -fueron, subieron, bajaron- hecho por Jesús con Pedro, Santiago y Juan. En ese ser llevados e ir, hay una transformación. Es también un ascenso y luego un descenso, parece un ida y vuelta. La liturgia de hoy nos invita a recordar (volver a pasar por el corazón) y a reconocer (tomar conciencia) de nuestro propio camino vital: las “subidas y bajadas” de la propia existencia, de la vocación y consagración, y hasta la de la propia comunidad. Aquí se deja ver incluso una de las paradojas espirituales más bellas e interesantes: el encuentro transformador con Jesús es siempre una subida, aunque lo hayamos encontrado en nuestra propia caída. Nunca dejamos de ascender cuando nos dejamos llevar por Jesús, aunque vengamos del “muy abajo” del pecado, la desorientación, el dolor o lo que sea. Y de ese encuentro con el Señor tampoco se vuelve igual. Poco dice el texto sobre esa vuelta. Vuelven escuchando a Jesús, nada más. Final abierto. ¡Es la llamada a salir de sí y caminar sólo confiando en la voz del Señor! Sabiendo que ya no somos la misma persona y que la vida no será la misma luego de la propia transfiguración.
Si bien todo es proceso en la vida, las cosas ocurren siempre en un lugar. Esos lugares son físicos pero también tienen espesura y hondura transcendente. Los “encuentros y transfiguraciones” de nuestra propia existencia se han dado siempre en un “aquí”. Ese lugar es la Iglesia en sus distintas manifestaciones y concreciones, es la comunidad cristiana. La comunidad monástica es una antiquísima forma de realización de la Iglesia como lugar de encuentro y transfiguración por su oración y liturgia, su fraternidad y hospitalidad y el testimonio de su vida toda. ¡Hoy más que nunca nuestros monasterios están llamados a seguir siendo “Monte Tabor” para los hombres y mujeres en necesidad, heridos, en búsqueda, que pasan y acuden por acá! Ustedes, Hermanas, son “benedictinas misioneras”: la misión está en el propio carisma. Aquí no hay oposición entre monacato y misión. Hospedan y ofrecen su apostolado espiritual especialmente a mujeres. En estos tiempos de debates varios en torno a la mujer las invito a iluminar con la luz evangélica a esas mujeres que pasan por aquí. ¡A estas realidades también debe llegar la Buena Noticia “transfiguradora”!
Impacta y no puede dejar de asombrar la contundencia con que se manifiesta la voz divina: “Escúchenlo”. A una gran mayoría de mujeres y hombres, Dios les parece hoy lejano y mudo. Y sin embargo sigue habiendo un deseo hondo y confuso de Él. La fe proviene de la escucha y la vida monástica se caracteriza por su cultivo de la “lectio divina” ¡Es la voz de Dios quien nos transfigura! Ese debe ser nuestro testimonio y misión, el servicio y la oferta que brindamos. No nos cansemos de cultivar esta bellísima cuanto imprescindible dimensión de la vida creyente ¿Se puede ser cristiano sin prestar oído al Evangelio? Necesitamos seguir difundiendo este modo de auténtico encuentro con Dios por la oración con su misma Palabra. Hermanas: ¡las animo a ser maestras de este “arte espiritual”!
La gracia de la festividad de este día nos ayude a todos a ser cada vez más caminantes de la fe, hospederos del lugar del encuentro con Dios y testigos de aquella voz que transforma la vida.
+Ariel Torrado Mosconi
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio