Palabras del Obispo
Este es el día del Señor, este es el tiempo de la misericordia
Homilía de Mons. Ariel Torrado Mosconi
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio
en Apertura de la Puerta de la Misericordia
Nueve de Julio, Iglesia Catedral
12 de diciembre de 2015
Me llena de consuelo, en este domingo de la alegría del adviento, comenzar mi tarea pastoral en la diócesis abriendo las puertas de la misericordia.
La puerta abierta es todo un signo. Es una invitación a entrar. Por eso me dio un gran gozo que mi primer gesto pastoral sea abrir la puerta; porque quiero que todos en nuestra diócesis se sientan invitados a ingresar a la Iglesia y a encontrarse con el corazón misericordioso de Dios. Deseo que todos puedan experimentar que tienen su lugar en la Iglesia, que nadie por ninguna razón se sienta excluido, discriminado, marginado. Pero la puerta abierta, como ya he insistido varias veces, también es una invitación a que seamos una Iglesia en salida, una Iglesia misionera que sale a las periferias geográficas y existenciales. Que no se queda cómodamente instalada en la indiferencia sino que se conmueve y sale a buscar a los que están lejos.
Esta puerta que hemos abierto es muy particular. Se trata de la puerta de la misericordia.
¿Pero qué es la misericordia? La palabra misericordia nos remite a dos realidades: al corazón y la miseria. Se trata del corazón de Dios que se conmueve y se enternece ante la realidad del pecado y del sufrimiento humano. Cruzar esta puerta de la misericordia es un verdadero compromiso, es entrar en el abismo insondable del amor de Dios y estar dispuestos a convertirnos para que podamos tener un corazón más parecido al de Jesús.
Pero, ¿es posible en estos tiempos vivir la alegría de la misericordia? En este mundo sacudido por el terrorismo, las guerrillas, las situaciones de injusticia que hacen que millares de personas, y que hasta pueblos enteros, traten de emigrar a cualquier precio escapando del horror de la violencia, el hambre y la falta de oportunidades. ¿Todavía es posible hablar de esperanza, de alegría y de misericordia en este terrible estado de tercera guerra mundial que el Papa había denunciado, y que ya no es una amenaza del futuro sino un triste presente? Y aquí en la Argentina, con nuestra historia manchada de sangre, que hace ya muchos años nos viene llevando a permanentes desencuentros y a crecientes deseos de venganza ¿es posible aún hablar de misericordia?
Si tuviéramos que dar un diagnóstico diríamos que el mundo está enfermo de odio y resentimiento, de enemistades y de rencor, de violencia y de discordias. En este mundo enfermo sólo Cristo es el médico divino capaz de sanarnos. Por ello la Iglesia trae la medicina capaz de curar tantas heridas abriendo en el mundo la puerta de la misericordia. Abre la puerta de Cristo, nuestra esperanza y la causa de nuestra alegría.
Queremos abrir esta puerta de par en par para que esta medicina llegue a todos. Para consolar a los tristes, vendar las heridas de las víctimas de la injusticia y de la violencia, y devolver la esperanza.
Para ello el Papa Francisco nos ha regalado este año especial para contemplar, adorar, celebrar y vivir este misterio. Un año que no puede pasar como un mero evento festivo sino que debe dejar una huella profunda en cada uno de nosotros. La Iglesia toda, y cada uno de los agentes pastorales, debemos ser transformados por la misericordia. La invitación del Santo Padre nos remite a volver a la médula del evangelio. A contemplar a Jesús que vino a buscar a los pecadores, a sanar a los enfermos y a proclamar un tiempo de gracia. Es que Dios es misericordia y por eso se manifestó al mundo perdonando, sanando y anunciando la salvación. No hay otra forma de anunciar el evangelio.
Sabemos que el amor de Dios se ha hecho presente desde los mismos albores de la historia de la salvación. Dios nunca abandonó al hombre pecador en su miseria sino que lo va a buscar y lo persigue con su misericordia. Y pese a que el hombre una y otra vez se escapa de su presencia y se esconde de su mirada, no deja de llamarlo con paciencia y con ternura.
¡Qué bueno es saber que Dios no nos rechaza, que su mirada lejos de condenarnos es una mirada que purifica, dignifica y sana!
Esa mirada de Jesús que un día tocó la vida de tantos enfermos y pecadores en la galilea hoy se posa sobre nosotros, sea cual fuere nuestra situación y nos llama con apremiante ternura a dejarnos amar, a dejarnos perdonar, a dejarnos curar por su mirada.
Esta experiencia del amor misericordioso es la que nos permitirá ser testigos y nos convertirá en misioneros de la divina misericordia. Jesús misericordioso nos necesita y nos llama también hoy a nosotros a hacer presente la misericordia en medio de este mundo. Para ello contamos con su mensaje que es el evangelio de la misericordia y con su mandato que nos convierte en apóstoles de la misericordia. Por eso vamos a proponer un “seminario de pastoral de la misericordia” que nos permitirá a todos los agentes pastorales formarnos para poder cumplir esta misión.
En efecto, la misericordia no es una abstracción, una idea o un concepto, sino que es un estilo de vida del cristiano. Cuando sólo nos mantenemos en el ámbito de las ideas podemos convertir la fe en una ideología.
Por eso debemos ser concretos como aquellos que escuchaban el llamado de Juan el Bautista y preguntarnos ¿qué debemos hacer?
La respuesta es simple. Ahondando en la experiencia del amor misericordioso de Jesús debemos obrar misericordia. Esto es, realizar las obras de misericordia corporales y espirituales. ¿Cuáles son esas obras? La Iglesia nos enseña con claridad y sencillez: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, hospedar al sin techo, vestir al desnudo, visitar al enfermo, socorrer a los presos y enterrar a los muertos. Enseñar al que no sabe, dar consejo al que necesita, corregir al que está en el error, perdonar al que me ha ofendido, sufrir con paciencia los defectos de los demás y orar por los vivos y difuntos.
Estas obras de misericordia de manera especial debemos ponerle el nombre actual de tres desafíos que hoy quiero presentarles: cuidar a los chicos y a los jóvenes del flagelo de las adicciones al alcohol y a las drogas. Cuidar a las familias heridas por la desunión, la pobreza y el individualismo. Y a través de la pastoral de la salud y del consuelo cuidar a todos los que sufren a causa de la enfermedad, de la vejez o por la pérdida de un ser querido.
Les pido que tengan especialmente presente en este tiempo llevar a la práctica estas obras de la misericordia en nuestra diócesis, cada uno personalmente y como comunidad. Que la Iglesia en Nueve de Julio pueda ser ese “hospital de campaña”, que sueña el papa Francisco, que pueda llevar alivio y esperanza a los caídos a causa de la falta de misericordia.
No tengas miedo de abrir de par en par las puertas de tu corazón a Cristo, y anímate a abrir tu corazón a todos, sin excluir a nadie, para que todos encuentren en la Iglesia un motivo para seguir esperando. ¡Este es el día del Señor, este es el tiempo de la misericordia!
Que María, Madre de la misericordia, nos ayude a vivir este tiempo de gracia.
+Ariel Torrado Mosconi
Obispo de Nueve de Julio