Palabras del Obispo
Homilía de Monseñor Martín de Elizalde
HOMILÍA de MONS. MARTÍN de ELIZALDE OSB
OBISPO DE SANTO DOMINGO EN NUEVE DE JULIO
EN LA MISA CRISMAL
Nueve de Julio, Iglesia Catedral, 10 de abril de 2014
Queridos hermanos sacerdotes, queridos diáconos,
seminaristas y consagrados, queridos hermanos y hermanas:
Estrechamente relacionado con la celebración del Triduo Pascual, y en particular con la institución de la Eucaristía y del sacerdocio en la última Cena, nuestro encuentro litúrgico de hoy, que reúne a los sacerdotes del presbiterio diocesano y a los ministros y demás miembros de la comunidad eclesial, se realiza de un modo especialmente significativo bajo el signo de la unidad y de la comunión. La oración del Señor Jesús, en este momento solemne de su despedida, pide que sus discípulos “sean uno”, que vivan la unidad que se funda, no en los afectos o en la simpatía simplemente humana, no en la vecindad local y en la cultura y las costumbres que compartimos, sino en la unción del Espíritu de Dios. Es la misma unción que Jesús, leyendo el pasaje de Isaías, reconoce que ha recibido, y que nos trasmite a los bautizados, en la Iglesia, para llevar adelante la misión que Él mismo nos confiara, ofreciendo a los hermanos, especialmente a los pobres y a los cautivos, el anuncio gozoso y eficaz de la salvación y de la libertad verdadera.
La consagración del santo Crisma y la bendición de los óleos que vamos a utilizar en las celebraciones sacramentales del año en nuestra Iglesia particular, nos invitan a penetrar con fe y devoción, por estos signos, en el misterio de la presencia de Dios en nuestras vidas por los sacramentos y por la Palabra eficaz. Es la condición sacramental, el misterio que engendra y que renueva, la comunión que se afirma en el encuentro con Dios y que nos muestra el camino hacia la vida plena, trascendiendo y santificando las circunstancias de nuestra existencia temporal. Es esta la primera nota que deseo resaltar esta noche: como a través de los signos nos encontramos con el Padre, revelado por Jesucristo y conducidos por la gracia del Espíritu Santo. Encuentro que se realiza en la Iglesia, nuestro hogar espiritual; en ella, renovamos nuestra identidad como familia de Dios, sobre todo en cada Eucaristía, que justamente se hace posible por la unción espiritual del Bautismo y del Orden sagrado. En la santa Misa se realiza el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, recibimos como alimento su Cuerpo y Sangre, hacemos la profesión de fe, expresamos nuestro pesar por las faltas y pecados cometidos, presentamos el ofrecimiento de la vida y de los dones venidos del Creador. En la carta encíclica Lumen fidei, el Papa Francisco escribe, refiriéndose a la trasmisión de la fe, que “lo que se comunica en la Iglesia, lo que se trasmite en su Tradición viva, es la luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo, una luz que toca la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su voluntad y su afectividad, abriéndola a relaciones vivas en la comunión con Dios y con los otros”. Para trasmitir esa riqueza el medio particular son “los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia”, y, afirma el Papa, “si bien, por una parte, los sacramentos son sacramentos de la fe, también se debe decir que la fe tiene una estructura sacramental. El despertar de la fe pasa por el despertar de un nuevo sentido sacramental de la vida del hombre y de la existencia cristiana, en el que lo visible y material está abierto al misterio de lo eterno” (n. 40).
Esta dimensión sacramental, que es la comunión en los misterios que celebramos, se actualiza hoy, en la vida de nuestra comunidad eclesial; por las palabras y los gestos que realizamos, la gracia divina se derrama para inundar los corazones de los fieles y hacernos partícipes de los dones divinos, que es nuestra tarea ahora difundir entre los hermanos por la santidad de vida y el testimonio misionero.
La segunda característica de la celebración de hoy es la referencia al sacerdocio ministerial y al compromiso asumido en la Iglesia para evangelizar, con el anuncio y con las obras apostólicas, con el testimonio de la fidelidad expresada en la comunión con los sucesores de los apóstoles, en especial el propio obispo, con la dedicación generosa y entera de un corazón indiviso, la oración, la práctica de la caridad, las costumbres de una vida irreprochable, la participación generosa y desprendida de los bienes materiales. La misión sacramental ha sido confiada a los ministros ordenados, y por ellos reza hoy la Iglesia. La renovación de sus compromisos, asumidos el día de su ordenación, manifiesta su disponibilidad y su deseo de estar al servicio de sus hermanos, haciendo presente en su vida la persona y la misión del Hijo de Dios. A ustedes, queridos fieles, la Iglesia los invita a rezar siempre, como lo hacemos hoy, por sus sacerdotes.
Queridos hermanos en el sacerdocio: permítanme que me dirija a ustedes con las palabras iniciales de la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium del Papa Francisco: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (n. 1). La “dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas”, según la expresión de Pablo VI en Evangelii nuntiandi (n. 80), que cita el Papa Francisco en su Exhortación (n. 10), se sostiene y alimenta con la frecuentación fiel y confiada del Señor. No es la apariencia de una alegría, no es un entusiasmo simulado, sino la serena experiencia, la continua familiaridad con Dios. Esta alegría de la fe irradia y trasmite confianza, acompaña y garantiza la entrega del cristiano, y cuanto más del sacerdote. Pero si el compromiso con Cristo se debilita, si dejamos de acudir a Él como a la fuente de la paz y de la sabiduría, si nos volvemos fríos, indiferentes, burócratas, egoístas, nos abandonará la alegría, cesará la trasmisión del mensaje a través de los gestos y de las acciones, y de servidores nos podemos convertir en mandones exigentes. El Papa Francisco, en el capítulo II de Evangelii Gaudium, señala algunas de las tentaciones de los agentes pastorales: falta de una espiritualidad misionera, acedia o desgana, pesimismo, falta de establecer las relaciones humanas sobre la enseñanza de Jesucristo, mundanidad espiritual, divisiones y enfrentamientos (nn. 76 – 109).
Agradezco de corazón la dedicación de nuestros sacerdotes, así como la de los diáconos, valoro el esfuerzo de los seminaristas por prepararse para su futura misión. Ellos necesitan la oración de todos los bautizados, para contar siempre en la Iglesia con ministros santos y evangelizadores eficaces. Esta celebración, la Misa crismal, nos da la ocasión para hacerlo, en el espíritu y en la comunión de la Iglesia, y es un valioso ejemplo, un estímulo elocuente, para regresar con frecuencia a la oración por ellos.
Finalmente, para concluir, quiero invitar a nuestros cristianos a comprometerse en la acción evangelizadora, a colaborar en sus parroquias y en las organizaciones pastorales, a mantener viva su fe y a frecuentar los sacramentos, a orar con seriedad y devoción y leer la Palabra de Dios, a ejercer la caridad y asociarse con sus capacidades a la evangelización, deber de todo cristiano. Esto significa relacionarse con quienes tienen la misión de ser pastores, colaborar con ellos, ayudarlos, pero no con meros sentimientos humanos, por amistad o por afinidad. La invitación a orar por los sacerdotes, dirigida a los fieles, es correlativa a la obligación que tienen los pastores de orar por su pueblo, y a ser modelo del rebaño, conduciéndolo con celo evangelizador, con caridad, alegría y prudencia.
Quiero agradecer nuevamente el testimonio sacerdotal de nuestro clero, su laboriosidad e inteligencia, y su sacrificio. Y confío que la oración insistente y agradecida por ellos nos obtendrá de Dios los sacerdotes santos que necesita la Iglesia, y la esperada renovación vocacional que esperamos. A María, Madre de Dios y madre nuestra, dirigimos nuestra plegaria:
“Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.”