Palabras del Obispo
Homilía en la Misa Crismal
Homilía de Mons. Martín de Elizalde OSB
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio
en la Misa Crismal
Nueve de Julio, Iglesia Catedral
26 de marzo de 2015
El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido (Is. 61, 1)
Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír (Lc 4, 21)
Queridos hermanos sacerdotes, diáconos, seminaristas,
Religiosas y religiosos, hermanos y hermanas:
El anuncio del profeta Isaías tiene su cumplimiento en Nuestro Señor Jesucristo, como Él mismo lo afirma en la sinagoga de Nazaret. La unción del Espíritu Santo expresa la presencia de Dios en el elegido, que da cumplimiento así a la promesa hecha a nuestros padres. Esta unción confiere la misión de salvación que recibió el Hijo de Dios para redimirnos, y es la expresión de la santidad que nos viene por Él, nos renueva, reconcilia y hace hijos. Y esta unción de Jesucristo se perpetúa en su Iglesia y llega a nosotros por la gracia de los sacramentos, por la comunión de los santos, por el testimonio y la intercesión de los elegidos, nuestros hermanos, que nos han precedido en la vocación recibida.
Por la unción, el Mesías se ofreció en el altar de la cruz, entregándose por nosotros, y el fruto de su sacrificio nos llega a través de los sacramentos de la Iglesia, para que podamos vivir aquí en la tierra con santidad y justicia, y alcanzar el término dichoso de la gloria prometida. Quiero proponerles que reflexionemos juntos sobre este misterio que celebramos de manera especial en esta ocasión, que ilumina toda la vida del cristiano y al que tenemos acceso por la fe y la devoción de la Iglesia en el transcurso de estos días santos, en la Pascua para la cual nos estamos preparando. Lo sintetizamos en tres breves frases:
- La unción confiere identidad al cristiano,
- La gracia de los sacramentos está eficazmente presente en nuestra vida,
- Por la unción espiritual participamos desde ahora de la vida celestial.
La unción confiere identidad al cristiano, pues en el Bautismo, con el agua purificadora, recibe la gracia del Espíritu que lo renueva y lo hace hijo de Dios. Hay un gesto exterior, simbólico, con una eficacia interior, que transforma al hombre, y lo constituye en el camino de su vocación de vida y de eternidad. En esta celebración de hoy, la consagración del santo Crisma, para los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y el Orden sagrado, y para ciertos rituales de la Iglesia, como la dedicación del templo y la consagración del altar, nos recuerda que es por la unción misma que recibió Cristo, que cada fiel se convierte en imagen suya. La unción espiritual, simbolizada en la unción con estos óleos consagrados y benditos, transforma nuestra vida, confía a cada fiel una misión hacia sus hermanos, simbólica y a la vez profundamente concreta, como un anticipo y una puerta que nos prepara y conduce a la vida eterna. El óleo santo, para la unción prebautismal, que es un exorcismo, es decir, un rito de purificación y una preparación para recibir la gracia del Bautismo, nos ayuda a apartarnos del pecado, alejando al demonio con sus tentaciones. El óleo de los enfermos es el signo de bendición y de consuelo con que Dios acompaña a quienes sufren, dándoles la ayuda espiritual que los fortalece y también la asistencia para el cuerpo. Por estas señales divinas, desde los sacramentos de la iniciación cristiana, todo el curso de nuestra vida, nuestros pensamientos y acciones, están ya marcados por la venida del Espíritu del Señor, y con ello acompañamos, los cristianos de todos los tiempos, a lo largo de los siglos y en todo el mundo, el anuncio salvador de Jesús. Debemos velar para no apartarnos jamás de este precioso don y del encargo recibido. En la celebración tan significativa de hoy, expresamos nuestra fe en la gracia providente de Dios, que se manifiesta de tantas maneras.
La gracia de los sacramentos nos sostiene, educa y guía en el camino de esta vida, y con la comunión de la Iglesia y la ayuda de los santos, nos conserva en la unidad de un mismo propósito y en la perseverancia de las generaciones que reconocen el don de Dios y se esfuerzan por vivir conforme a él y a difundir su Palabra. El rito de la renovación de las promesas sacerdotales, que tendrá lugar en breves momentos en esta celebración, nos invita a considerar el lugar del ministerio ordenado de los sacerdotes, en la santificación del Pueblo de Dios, en la guía de los fieles y en la trasmisión y el afianzamiento de la enseñanza recibida en la Iglesia. Es por el servicio de los sacerdotes, perpetuado en la comunidad desde su institución por el mismo Señor Jesús en la Última Cena, que se mantiene la unidad por la comunión del sacrificio de Cristo, del que participamos en la Eucaristía, se predica y difunde la fe, somos regenerados en el Bautismo y acompañados en la trayectoria de nuestra vida, hasta la partida de este mundo. La celebración de hoy nos permite contemplar la unidad de la Iglesia a través del espejo que es la misión de los sacerdotes, como también la variedad de medios de la gracia que por esa misión se nos ofrecen. La expresión renovada de su compromiso con la Iglesia en el servicio de Dios y de los hermanos, es respondida con la seguridad de nuestra oración por ellos, para que sean fieles y generosos, y el ruego por las vocaciones, para que la presencia sacerdotal no falte nunca entre nosotros. El sacerdocio bautismal, para ofrecer el sacrificio de las buenas obras y de la entrega de todos en la evangelización, se apoya y sostiene por el sacerdocio de los ministros ordenados.
Como obispo diocesano, a quien Dios ha confiado el pastoreo de esta porción de su Iglesia que peregrina en este lugar, quiero expresar públicamente el agradecimiento sincero y el reconocimiento a todos nuestros hermanos sacerdotes, por su dedicación pastoral, por su disponibilidad, por su cercanía con el pueblo fiel que les ha sido confiado y por las múltiples iniciativas que originan y acompañan. Espero que nuestros cristianos comprenderán siempre que su vocación es sostenida y actualizada por la acción sacramental y la predicación de la Palabra, por la oración y el testimonio, que ofrecen los presbíteros. A estos, con afecto fraterno, les pido que renueven en las fuentes de la comunión con Cristo, en sus misterios y en su Palabra, su propia misión, y que se conserven generosos y dispuestos en el servicio de Dios y de los hermanos, con santidad de vida y afectuosa intimidad espiritual con el Señor.
El cristiano, por la vida recibida en la Iglesia, se dirige hacia la plenitud del encuentro con Dios, su Padre y Creador. La presencia sacerdotal no es solamente el siempre necesario acompañamiento, que nos estimula con la palabra y el ejemplo, sino que es signo y garantía de la esperanza que no falla, del encuentro con Dios. Recibimos de Él cuanto necesitamos en este mundo, y es como un anticipo y una preparación de lo definitivo y eterno, que es la verdadera perspectiva desde la cual hemos de ver nuestra realidad. Somos hijos de Dios, y hacemos en el mundo el camino para llegar a encontrarnos con el Padre, y recibir aquello que ni el ojo vio ni el oído oyó jamás, y que Dios ha preparado para los que lo aman (1 Cor 2, 9). Este último aspecto da la razón última de la unción que es nuestra elección, es origen y causa de los medios sacramentales con que somos asistidos, proporciona a la Iglesia el ministerio de los pastores ordenados que nos santifican, enseñan y gobiernan, y todo esto en definitiva nos conduce a la feliz consumación en Aquel que nos llama a la salvación.
Agradecemos de manera especial a cuantos han querido acompañar a sus pastores, llegados de todas las comunidades de la diócesis, y pido a Dios que podamos siempre contar con la oración y la colaboración de todos ustedes, junto a sus párrocos y a los sacerdotes y diáconos, como ministros, catequistas, auxiliares. Que la participación en esta celebración de gozoso compromiso y de gratitud sincera los fortalezca y aliente, con la protección de María Santísima y la intercesión de los santos patronos de las comunidades.