Catequesis, Palabras del Obispo

Llamados a ser rostros de reconciliación

Mensaje de Mons. Martín de Elizalde OSB
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio
pronunciado en el
ENCUENTRO CATEQUÍSTICO DIOCESANO (ENCADI)

Nueve de Julio, 22 de agosto de 2015

Hermanos, Monseñor Ariel, queridos sacerdotes, diáconos,
consagrados, seminaristas, catequistas,
hermanos y hermanas:

Como todos los años nos encontramos reunidos para la celebración de una de las tareas más importantes y significativas en la vida de la Iglesia: la catequesis. Es esta, en efecto, profesión de fe y alabanza a Dios, aceptación agradecida de la gracia, anuncio evangelizador, signo de comunión, expresión de la caridad hacia quienes se van incorporando conscientemente a la vida cristiana. Y la vocación a la vida cristiana comienza con el ofrecimiento de la misericordia divina, del Padre que ama, del Hijo que redime y del Espíritu que santifica.

Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (Bula Misericordiae vultus = MV, 2).

Son palabras del papa Francisco en la Bula de convocación del Jubileo extraordinario de la Misericordia, que se abrirá el 8 de diciembre próximo; ellas nos proponen un marco espiritual y doctrinal importante para nuestro Encuentro Catequístico Diocesano, que lo asume en sus trabajos de hoy.

Misericordia de Dios y el ministerio de la misericordia en la Iglesia

Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona” (MV, 3). El ofrecimiento de la misericordia divina comienza a expresarse, en la historia de la salvación, apenas fue cometido el primer pecado: “Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor, para que fuese la Madre del Redentor del hombre” (Ib.).

La manifestación de la misericordia se encuentra en el sacrificio redentor de Cristo, y la misión de María Santísima de ser su Madre, la constituye en camino de vida y reconciliación para todos los hombres con su intercesión y su ejemplo.

La Iglesia, de quien María es modelo, continúa en la tierra ese servicio de auténtica caridad: lo hace con el anuncio del Evangelio, con la incorporación de los fieles por el Bautismo, con la gracia de la santidad conferida en el sacramento de la Confirmación, con la participación en el sacrificio eucarístico, con el sacramento de la Reconciliación que nos dispone a él. El Concilio Vaticano II fue una expresión actualizada para los hombres de nuestro tiempo de ese mismo mensaje, invitando a todos a conocer a Cristo, a ponerse bajo su guía y protección, a inspirarse en Él para ofrecer al mundo el camino seguro y sereno de la paz y la fraternidad, como hijos de un mismo Padre y llamados a igual destino (cfr. MV, 4).

Por todo ello, así como la evangelización debe comenzar con la formulación de este anuncio de la Misericordia, también la catequesis habrá de considerarla y tenerla en cuanta como el principio del camino de formación cristiana y de participación activa en la vida de la Iglesia. Misericordia que no es relativismo ni fragmentación de la verdad, sino la propuesta de esa verdad, adecuada y atrayente, pues, como dijo el papa san Juan XXIII, la Iglesia, alzando la antorcha de la verdad “quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella” (cit. en MV, 4).  Dice el Santo Padre Francisco: “La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. ‘Dios es amor’, afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús” (MV, 8). Así es como la Iglesia continúa revelando los tesoros de la misericordia divina.

Misericordia del cristiano

La misericordia de Dios, que se expresa en la acción sacramental, misionera y caritativa de la Iglesia, se difunde en el corazón del cristiano por la adhesión sincera a la llamada a la conversión, y comienza a mostrarse en el testimonio de su vida. En nuestras actitudes se dan a menudo actitudes de intolerancia, de dureza, de inflexibilidad, y no me refiero solamente a los excesos de un celo poco regado por el rocío del Espíritu. Pienso también en los comportamientos en la sociedad y en la familia, teñidos tantas veces de egoísmo, en los conflictos de intereses, en el materialismo y el consumismo que tienen prioridad en tantos ambientes – todo ello contrario a una actitud de misericordia. Y la formación del cristiano debe ayudarlo a descubrir las maneras cómo ha de trasmitir el mensaje de la misericordia en las circunstancias de su vida y de su compromiso en el mundo. Una catequesis auténticamente integral debería iluminar las conciencias para que los bautizados descubran las vías para la práctica de la misericordia, y puedan hacerla presente en todos los ámbitos y situaciones, como resultado de su propia identidad cristiana que se trasmite a los hermanos y les abre las puertas de la Iglesia con su ejemplo. “Estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir” (MV, 9), como lo expresa el Papa.

Reconciliación, perdón, penitencia

En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida con la nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben trasmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre” (MV, 10). El encuentro con la misericordia de Dios es una reconciliación, es rehacer con sencillez y confianza el camino recorrido cuando nos apartamos de él, y frente a la bondad divina se deponen la suficiencia y la arrogancia, la soberbia y la falsa seguridad. La invitación que recibimos a la conversión responde a una necesidad de nuestro corazón, profundamente sentida o apenas intuida, pero que es expresada como una carencia o un desorden, una falta de paz o una experiencia de doloroso aislamiento en medio de los nuestros. Para ello, el remedio es el pedido de perdón al Padre que siempre espera el retorno de sus hijos, aún los más alejados.

El Papa lo ejemplifica, a este retorno, con la imagen de la peregrinación, a la que llama “signo peculiar del Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia” (MV, 14). Y nos propone un cambio de actitud: dejar de lado el juicio y la condena, y en su lugar, perdonar y dar; y hacerlo por medio de las obras de misericordia corporales y espirituales, la oración, el ayuno y la caridad. El Año Jubilar es una ocasión para este cambio de vida. Y reitera: “De nuevo ponemos convencidos en el centro el sacramento de la Reconciliación, porque nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia. Será para cada penitente fuente de verdadera paz interior (MV, 17).

La palabra de un Padre de la Iglesia

Un gran predicador de los primeros siglos de la Iglesia, san Pedro Crisólogo, presenta la misericordia divina ofreciéndose al pecador y la actitud de éste, que se inspira en un caso ejemplar, uno de los primeros hombres que supieron encontrar el camino de la misericordia, a pesar de la conciencia de su pecado, el buen ladrón que estaba crucificado junto a Jesús, en el Calvario. Así dice el Crisólogo:

No quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva. Cambiemos, pues, de conducta, hermanos, mediante la penitencia; no nos intimide la brevedad del tiempo, pues el autor del tiempo desconoce las limitaciones temporales. Lo demuestra el ladrón del evangelio, quien colgado en la cruz y en la hora de la muerte, robó el perdón, se apoderó de la vida, forzó el paraíso, penetró en el reino. En cuanto a nosotros, hermanos, que no hemos sabido merecerlo voluntariamente, hagamos al menos de la necesidad virtud; para no ser juzgados, erijámonos en nuestros propios jueces; concedámonos la penitencia, para conseguir anular la sentencia” (S. Pedro Crisólogo: Sermón 167, PL 52, 637-638).

Al tomar conocimiento de la misericordia, el ladrón se reconoce pecador, se precipita para recibirla, y con la misma imagen que define su vida anterior, la roba, la arrebata con ardor, haciendo suyos los sentimientos de arrepentimiento y de deseo. Es el proceso del sacramento de la Reconciliación: el anuncio del perdón, la generosidad de la búsqueda para el encuentro con Dios, asumir conscientemente nuestra condición de pecadores, dispuestos a resarcir por el mal cometido. Nuestra propia conciencia es así iluminada con la justicia misericordiosa de Dios.

Catequesis de la misericordia

Para despertar a estos sentimientos, acoger la misericordia, pedir el perdón, asumir la reparación necesaria, la catequesis tiene un papel fundamental. Comenzando por la presentación del plan de Dios, que el papa Francisco expone con los pasajes que cita de la Sagrada Escritura, quedan de manifiesto la misericordia que nos es ofrecida y las situaciones de pecado con que Dios es ofendido. Para recorrer el camino de la reconciliación sacramental, para que no sea una mera instancia formal y un escalón rutinario, el Santo Padre lanza la iniciativa de los Misioneros de la Misericordia, “signo de la solicitud materna de la Iglesia para el Pueblo de Dios…, estos Misioneros sean anunciadores de la alegría del perdón. Se les pida celebrar el sacramento de la Reconciliación para los fieles, para que el tiempo de gracia donado en el Año Jubilar permita a tantos hijos alejados encontrar el camino de regreso hacia la casa paterna” (MV, 18).

Esta oportunidad de renovar la catequesis del sacramento del perdón tiene que ser aprovechada desde la catequesis inicial, insertándola en la presentación de la misericordia divina y no solamente como un paso hacia la recepción de la Confirmación y la primera Eucaristía. De este modo la experiencia de la reconciliación será un momento de intenso encuentro con Dios, y acudiendo al sacramento con frecuencia, y con la presencia renovada de la gracia, se afirmará la conciencia de la cercanía del Dios misericordioso y se ejercerá en todas las estaciones y circunstancias la actitud que el Papa nos propone en este Año Jubilar.

La catequesis por la liturgia

La trasmisión de la fe significa, al mismo tiempo, introducir al catecúmeno en la vida litúrgica y llevarlo a participar activamente en la comunión de la Iglesia. No es solamente adquirir conocimientos, ni ejercitarse en determinados ritos y ceremonias, sino acercarse a Dios por Jesucristo, Redentor y Maestro, con la gracia del Espíritu Santo. La conversión, obra de esa gracia de misericordia, renueva el corazón de los fieles, y los acerca y prepara para tomar parte en la celebración de la fe, que es la liturgia. Y la misma liturgia confirma y fortalece el camino interior de cada bautizado, así como lo incorpora espiritual y visiblemente en el culto ofrecido a Dios.

Pero también la liturgia es una instancia de formación; por ella se afirma con la adhesión de la inteligencia cuanto vemos, escuchamos y recibimos en la celebración, y al introducirnos en el misterio nos ayuda a progresar en su interiorización y comprensión. Tomemos como ejemplo – pequeño y a la vez grande ejercicio al que les pido presten mucha atención – la misma santa Misa y el anuncio de la misericordia: desde el comienzo es invocada la presencia de Dios Uno y Trino, y tras el pedido de perdón recibimos la absolución. La aclamación litánica “Señor, ten piedad; Cristo, ten piedad; Señor, ten piedad”, las invocaciones a la misericordia divina en el Gloria, el pedido de purificación del corazón y los labios para proclamar el Evangelio, que silenciosamente reza el sacerdote, son ejemplos que nos indican que frente al don de la Eucaristía que celebramos, la misericordia de Dios nos ofrece el perdón de las faltas, para disponernos mejor. El gesto simbólico del lavado de las manos del celebrante, el rezo del Padre Nuestro (“perdónanos, como nosotros perdonamos”), la invocación al Cordero de Dios y la afirmación de nuestra indignidad para recibir el Cuerpo de Cristo si no media su Palabra, son otras tantas acciones que ilustran de manera admirable la gracia que nos llega y la preparación que necesitamos para recibirla. Agréguense a todo ello, que está en el Ordinario de la Misa, los textos del Propio, las oraciones, los cantos y aclamaciones, y las lecturas, que ilustran tan bien la doctrina de la comunión con Dios en la Iglesia. La catequesis no puede dejar de lado la escuela de la fe que es siempre la liturgia.

La figura de san Pío X, intercesor y modelo

Nosotros veneramos especialmente como Patrono de los catequistas al papa san Pío X, y nuestro encuentro diocesano tiene lugar cada año en la cercanía de su conmemoración litúrgica. Ello se debe a sus iniciativas catequísticas y a la decidida promoción de la comunión temprana para los niños, pero tenemos que saber que incluye también otros aspectos, muy relacionados, ciertamente, con los anteriores: la reforma de la liturgia y el conjunto de medidas que se incorporaron a la vida de la Iglesia con la redacción del Código de Derecho Canónico. Estas disposiciones no fueron intentos aislados, sino profundamente articulados entre sí. Y uno de sus principios es justamente la necesaria conexión entre la catequesis y la liturgia, o mejor, cómo llegar por la catequesis a una participación litúrgica más inteligente y fructuosa, condición de una auténtica vida cristiana.

Dice uno de sus últimos biógrafos, Gianpaolo Romanato, del papa Sarto: “Tenía la conciencia profunda que una religión elaborada y teológicamente compleja como el catolicismo debe proponerse de manera absolutamente prioritaria la cuestión de cómo definir con la mayor precisión posible el objeto de su propia creencia” (ROMANATO, G.: Pio X. Alle origini del cattolicesimo contemporaneo. Torino, Lindau, 2014, p. 512). Para esto podía encontrarse un primer remedio con la elaboración de un Catecismo, y así lo hizo. Pero – prosigue el biógrafo – “el catecismo, es decir la formulación del contenido de la fe no era el único problema. A la instrucción religiosa había que acompañarla con una vida litúrgica más sobria, menos barroca, menos contaminada por la mundanidad y las formas devocionales cercanas a la superstición…” (Ibid., p. 517). A ello contribuyeron la reforma del breviario y del calendario litúrgico, que “llevaron nuevamente al centro del calendario el domingo, el dies Domini, es decir el culto del Señor… La recuperación de la centralidad de Cristo no podía sino traducirse en un redescubrimiento de la eucaristía, redescubrimiento con el que Giuseppe Sarto modificó radicalmente el modo de expresión de la vida cristiana” (Ib.) Es preciso recordar estas propuestas del santo Papa, y seguramente hay mucho para recuperar de esta admirable, pero tan sencilla doctrina. Prosigue el autor que estamos citando: “Estas reformas de Pío X tenían un objetivo preciso. Transformar la liturgia, entendida en el sentido más amplio, de una ritualidad estético-sacra en un momento de participación activa de los fieles en la vida cristiana… Las ceremonias litúrgicas… debían tener su eje en el día del Señor, es decir el domingo, y no en festividades solamente devocionales; debían culminar en la eucaristía, o sea en un encuentro casi físico con Jesús, ofrecido también a  los niños apenas alcanzada la edad de la razón. Esta era la vida cristiana para Pío X, el resto era una superestructura que debía ser abandonada”. Y concluye Romanato, no sin agudeza: “No es casualidad que en once años de pontificado hizo solo cuatro canonizaciones. A Pío X – cuyo lema era instaurare omnia in Christo – Cristo le  interesaba mucho más que los santos” (Ib., p. 519).

 

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Los frutos que esperamos de esta jornada ¿cuáles son? Por supuesto, el primero, por el género mismo de este tipo de encuentros, es la formación personal y la capacitación para trasmitir la doctrina recibida en la Iglesia. Para ello es necesario atender y comprender, y después encontrar la formulación adecuada para hacer llegar a los demás estos contenidos. No seamos ilusos, no es con dinámicas tomadas prestadas de otras finalidades y disciplinas que lo vamos a lograr, sino con la sabiduría tradicional, de un corazón abierto, dócil, que se identifica desde la fe con la enseñanza de la Iglesia y la hace suya, la atestigua con su vida y es capaz de “dar razón de aquello en lo que espera”. Segundo, ilustrados por el modelo que es san Pío X, con esta misma fe celebrada y vivida gozosamente, expresada no en fórmulas escolares solamente, sino ante todo litúrgicas, y convertidas, en la celebración de la comunidad, especialmente el domingo, en credo y alabanza. Por fin, tercero, en la exposición hecha a quienes están en búsqueda, a los niños que se están preparando para completar su iniciación plena en la vida cristiana, a quienes por ignorancia u olvido y distanciamiento se han apartado de la frecuentación de la Iglesia en los sacramentos y en las iniciativas apostólicas, y por eso, acompañando la palabra con las actitudes, la enseñanza con el testimonio. El Año Jubilar de la Misericordia es una excelente oportunidad para hacerlo, y pido a  Dios que nos permita hacerlo con generosidad.