Palabras del Obispo

Misericordiosos como el Padre

Mensaje de Mons. Martín de Elizalde OSB
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio
Asamblea Diocesana de Caritas

Nueve de Julio, 16 de mayo de 2015

Hermanos y hermanas, dirigentes de CARITAS diocesana,
Representantes y colaboradores de las CARITAS parroquiales,
Voluntarios, queridos amigos:

¿Puede haber mayor alegría que la de ser cristiano? ¿Podemos dejar de irradiar el testimonio de la fe que nos sostiene y anima? ¿No es elocuente y clarísimo el anuncio de Dios que se hace a través de la caridad, compartiendo de lo que tenemos, y sobre el fundamento de la comunión que nos une, anunciando el mensaje de Jesús, mostrando que lo material ayuda y alivia, para conducirnos a la verdad que no cesa ni perece? Y en fin, la esperanza que nos permite anticipar la meta definitiva y está ya presente en el corazón de los fieles ¿no es acaso el gran consuelo, la certeza de lo que esperamos, la garantía del cumplimiento de las promesas de Dios?  Esta gran alegría no es el resultado del autoconvencimiento, ni de los logros alcanzados, ni de las satisfacciones humanas, es la alegría de la Resurrección, es la alegría de encontrarnos formando una familia, es la alegría de la Eucaristía que nos reúne cada domingo – y también, ojalá, cada día -, es la alegría del perdón que nos permite reencontrarnos con Dios en su Iglesia. Quiero comenzar este encuentro con las palabras del Papa Francisco:

 

La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera
de los que se encuentran con Jesús.
Quienes se dejan salvar por él son liberados del pecado,
de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento.
Con Jesús siempre nace y renace la alegría
(Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, 1)

 

Con Jesús siempre nace y renace la alegría

Con esta alegría nos encontramos reunidos hoy, y esta alegría es la que acompaña siempre a los cristianos; solo basta descubrirla, hacerla emerger, ya que ella vive en los corazones, y no debemos ceder a la tentación de olvidarla, a la debilidad de esconderla, a la inconsistencia de los sustitutos engañosos. Especialmente en el servicio de la caridad esta serena y confiada alegría es necesaria, porque es por ella misma, trasparentada en la actitud de los cristianos, que ya comienza el anuncio del Bien trascendente, de la misericordia amorosa de Dios, de la espera confiada del creyente.

Al ir al encuentro de los hermanos que sufren de tantas carencias y necesidades, de tantas conductas que causan esas situaciones, la alegría no es despreocupación o inconsciencia, sino expresión de confianza en el Padre providente, de compromiso por los que sufren, de pedido para que cesen las injusticias y se pueda considerar el bien integral de todos. Para ello hemos de conservar en nuestros corazones la alegría confiada que Dios pone en quienes buscan hacer su voluntad, sin desanimarnos por las dificultades, sin dejarnos impresionar por las graves necesidades que descubrimos, sin dejar de esperar en la conversión de quienes tienen el poder para aliviar tantos males, y seguros que el humilde testimonio de la caridad, en la pequeña escala que es la nuestra, es siempre claro, movilizador, fecundo y eficaz.

Por eso, como cristianos, en esta vocación del servicio de la caridad en nuestras comunidades eclesiales, cultivemos la amistad con Dios, acudamos con frecuencia a Él en los sacramentos y en la oración, y que sea la misma Palabra inspirada la que nos enseñe y guíe. Dejemos de lado cualquier forma de egoísmo, de comodidad, de búsqueda de protagonismo. Preocupémonos por acercar a CARITAS a muchos hermanos y hermanas, para que ellos también, colaborando, descubran la belleza del encuentro y que es “mejor dar que recibir”, y que dando, se recibe, y mucho más de lo que imaginamos.

El Papa Francisco nos recuerda que “la inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su    amistad, su bendición, su palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe” (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, = EG, 200).  Por eso, la acción de CARITAS es siempre evangelizadora, porque procura el bien integral de los hermanos, y no puede limitarse a ejercer un asistencialismo social, necesario, pero insuficiente. La nota característica de este servicio fraterno sea siempre la alegría, como creyentes, redimidos por Cristo, deseosos de llevar a los hermanos a la plenitud de la gracia en la comunión de la Iglesia, llave que nos abre la puerta de la felicidad verdadera a todos los hombres.

Quiero recordar nuevamente la propuesta de formación espiritual que hemos dirigido, y reiteramos cada año, a las CARITAS parroquiales, con un programa de frecuentación y meditación de la Sagrada Escritura. Deberíamos completarla pronto con otros programas, dirigidos por ejemplo a una catequesis de las verdades de la fe, para el enriquecimiento de cada uno de nuestros miembros y colaboradores y su capacitación para trasmitirlas a quienes se acercan a nosotros, y también una preparación litúrgica, para valorar y sacar más fruto de las celebraciones y de la vida sacramental, así como una preparación espiritual, para profundizar en la oración y en la comunión con Dios.

 

Tentaciones de los agentes pastorales (Evangelii gaudium, 76-109)

Las palabras y los gestos del Papa Francisco tienen un eco asombroso en todos los ambientes, especialmente en nuestra patria. No hace falta insistir en las cualidades de su lenguaje, la inmediatez de sus expresiones, incluso la agudeza o, si prefieren, la picardía que encontramos en ellas, y que trasmiten con claridad y rapidez lo que desea mostrar. Pero debo confesar que hay una pregunta que me hago a menudo: ¿Estamos dispuestos a recibir cordialmente y a aplicar también aquellas orientaciones que contradicen nuestras propias intenciones e inclinaciones, y que no coinciden con las tendencias de la sociedad actual? ¿O solamente festejamos exteriormente lo que no estamos dispuestos a tener en cuenta como observaciones serias, dirigidas a encaminar nuestra vida en la dirección que nos señala el Evangelio? Sepamos y queramos abrir nuestros corazones, y aceptemos con alegría las correcciones y propuestas, aún las que nos parecen exigentes, que provienen del Papa y son dichas para nuestro bien.

Quiero con estas palabras introducir una referencia a la sección, ciertamente importante, de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium  donde se refiere a las tentaciones de los agentes pastorales. ¿Por qué lo menciono aquí? Porque los miembros de CARITAS  son agentes pastorales, tienen una misión que les ha confiado la Iglesia, que ejercen con generosidad y sacrificio, y son vistos y recibidos como tales por aquellos con quienes trabajan y en las comunidades en cuyo medio actúan. Con el Papa Francisco quiero decirles, con la mayor sinceridad y todo mi afecto: “Siento una enorme gratitud por la tarea de todos los que trabajan en la Iglesia… Agradezco el hermoso ejemplo que me dan tantos cristianos que ofrecen su vida y su tiempo con alegría. Este testimonio me hace mucho bien y me sostiene en mi propio deseo de superar el egoísmo para entregarme más” (EG, 76). Pero también, en este mismo escrito programático, el Papa ha querido señalar algunas de las tentaciones que pueden alcanzar a los agentes pastorales; cuando cedemos a esas tentaciones, se convierten después en defectos, y si nos apegamos a ellos, llegan a ser pecados y vicios.

Comienza el Santo Padre invitándonos a dar un sí generoso a una espiritualidad misionera, que busca llegar a los hermanos con el anuncio del Evangelio, que no se limite ni restrinja por “una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor”. Tanto la cultura del ambiente, con su visión negativa o al menos reductiva del mensaje de la Iglesia y el relativismo existencial y doctrinal, llevan a “actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran” (EG, 78 – 80). Y esto puede incorporarse a nuestro estilo de vida y de acción apostólica, desfigurándolos. Señalemos algunas de esas tentaciones, que el Papa describe, y que me parece que se aplican a nuestra vocación en CARITAS.

 

Acedia egoísta

Frente a los reclamos urgentes de las necesidades de la caridad, como de toda acción evangelizadora y solidaria con continuidad, se responde con la expresión de la autonomía de cada persona, “como si una tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y no una alegre respuesta al amor de Dios que nos convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecundos”. La causa es nuestra resistencia a ceder tiempos y espacios, por impaciencia o por desánimo y desconfianza, y esto nos impide crecer y aventurar posibilidades nuevas, como las que se requieren hoy día: “Llamados a iluminar y a comunicar la vida, finalmente se dejan cautivar por cosas que sólo generan oscuridad y cansancio interior, y que apolillan el dinamismo apostólico” Y concluye el Papa: “Por todo esto, me permito insistir: ¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!” (EG 83).

 

Pesimismo estéril

Los males de nuestro mundo – y los de la Iglesia – no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor”. Es verdad que siempre habrá dificultades y oposiciones, y que aún los proyectos más atractivos y mejor presentados pueden fracasar; cuesta incorporar nuevos colaboradores, con entusiasmo y con una comprensión adecuada de nuestros objetivos y tareas, pero no podemos caer en “una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia (que) es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre… ¡no nos dejemos robar la esperanza!” (EG, 84 – 86).

 

Cerrarse a las relaciones nuevas que genera Jesucristo

El mundo nos ofrece hoy posibilidades de comunicación y de conocimiento que nos deben llevar a una mayor solidaridad y encuentro entre nosotros. Hay un riesgo cierto de aislamiento y de desconfianza, pero también se descubren realidades nuevas, en la pobreza de nuestros hermanos más sencillos y en el testimonio heroico de quienes viven su fe con generosidad, hasta la entrega de su vida en el martirio. “Precisamente en esta época y también allí donde son un ‘pequeño rebaño’ (Lc 12, 32), los discípulos del Señor son llamados a vivir como comunidad que sea sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5, 13 – 16). Son llamados a dar testimonio de una pertenencia evangelizadora de manera siempre nueva. ¡No nos dejemos robar la comunidad!” (EG, 92).

 

Mundanidad espiritual

También podemos encontrar personas que buscan, “en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal” (EG, 93). Para esto pueden existir motivaciones aparentemente profundas y generosas, teñidas a veces de ideología, pero que por lo general se dirigen a la construcción de espacios de poder, a la obtención de reconocimientos y premios, a la formación de seguidores obsecuentes. Recuerden, simplemente, lo difícil que es convencer a algunos a dejar ciertos puestos, a rotar los cargos, a asumir tareas menos vistosas y gratificantes. En nuestras organizaciones parroquiales, tan modestas y de estructura y alcance casi familiar, qué difícil es renovarse, incorporar gente nueva, dejar ciertos puestos y asumir otros. En CARITAS DIOCESANA implementamos un programa de incorporación de elementos más jóvenes, y ustedes me podrán decir si tuvimos éxito o no. Pero quiero aclarar que no ignoro la dificultad de encontrar hermanos y hermanas que deseen contribuir con su tiempo y esfuerzo a la obra que realiza CARITAS.

 

La división y la guerra

Dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas guerras!”. Da pena decirlo, y nos deberíamos avergonzar y arrepentirnos por tantas rivalidades, celos, envidias, divisiones, soberbia. Nunca podremos construir nada como comunidad, y la Iglesia es comunidad, sin animarnos a la reconciliación, a la apertura de corazón, al reconocimiento de los demás y de los dones que Dios ha puesto en ellos. “Por ello me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aún entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?”. Pero no se trata de conformarse con una aceptación sin compromiso interior: es un camino auténtico de conversión: “Pidamos al Señor que nos haga entender la ley del amor. ¡Qué bueno es tener esta ley! ¡Cuánto bien nos hace amarnos los unos a los otros en contra de todo!… ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!” (EG, 98-101).

 

Otros desafíos

Y finalmente el Papa Francisco nos habla de la mirada que debemos tener los pastores, por supuesto, pero también cada uno de los fieles, y en especial nuestros apreciadísimos colaboradores, que son responsables como bautizados, de la misión evangelizadora de la Iglesia. Y señala tres ámbitos que merecen nuestra atención especial: los laicos, las mujeres, los jóvenes.

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Espero que estas observaciones nos ayuden a mejorar nuestra participación en la obra caritativa de la Iglesia. Se trata de la Iglesia, no de mi tarea, o mi deseo, o mi iniciativa. Y todo esto supone entonces una intensidad de vida cristiana, en la Eucaristía, la Reconciliación, la oración, la comunión con los pastores, la adhesión a la doctrina de la Iglesia, la práctica generosa de las virtudes, y para renovarnos en este sentido el Papa Francisco nos invita a celebrar a partir de este año, el próximo 8 de diciembre, el Año Jubilar de la Misericordia.

El Año Jubilar de la Misericordia

El pasado 11 de abril dio a conocer el Papa Francisco la Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Recordemos que ordinariamente cada veinticinco años la Iglesia ofrece a los fieles una ocasión de renovación espiritual con los llamados Años Santos o Jubileos. En ellos, se proponen prácticas y celebraciones litúrgicas para reconciliarse con Dios, profundizar la conversión, obtener el perdón de los pecados y la remisión de la pena, por medio de las indulgencias. Es el momento de retornar a Dios, de repasar las condiciones de nuestra vida, de orientarla en adelante hacia aquellas metas que agradan a Dios. También la Iglesia acostumbra a promulgar Jubileo Extraordinarios, con algún motivo especial. El Papa Francisco ha querido hacerlo para el próximo año, con la contemplación del misterio de la Misericordia divina, “para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre” (Bula Misericordiae vultus = MV, 3). La Misericordia es “fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (MV, 2).

Con relación a la misión de CARITAS hago notar el énfasis del Papa Francisco en la irradiación de la Misericordia frente a la situación que viven los pobres. Así escribe: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (MV, 15). Estas palabras nos ayudan a comprender que la participación en CARITAS es expresión de la misericordia que hemos recibido y que deseamos trasmitir a los hermanos, y por eso el Año Jubilar representa un momento importante, una instancia de renovación, de nueva y más profunda fundamentación de nuestra tarea.

 

Compasión

La Misericordia se despliega en los gestos y palabras de Jesús, y el Santo Padre lo presenta en tres actitudes. La primera, la compasión: “Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales” (MV, 8). Esta actitud es fundamental, pues sin sentir el dolor del que sufre, sin padecer-con-él, nuestras acciones no serían como las de Jesús, ni estarían plenamente inspiradas en la Misericordia que debemos trasparentar.

 

Perdón

La Misericordia se expresa en el perdón ofrecido a los pecadores, para que regresen a la casa paterna: “En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia (MV, 9). Con el perdón llega la capacidad de tolerar, de esperar pacientemente la hora oportuna, el toque de la gracia, para no imponer nuestros ritmos sino acoger con generosidad y comprensión las necesidades y carencias del otro. En el Padre nuestro pedimos: “Perdónanos, como nosotros perdonamos”.

 

Caridad

En el ejercicio de la caridad debe estar siempre presente la Misericordia, que como dice el Papa “es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia” (MV, 10). Estas palabras nos marcan fuertemente cuál debe ser el estilo de nuestro accionar: cómo recibir, cómo salir al encuentro de los hermanos, cómo reconocer sus necesidades, cómo aplicar el bálsamo del consuelo con nuestra ayuda fraterna y desinteresada.

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 Escuchemos la invitación del Papa Francisco de abrazar decididamente la gracia de la Misericordia que nos es ofrecida, y hacernos trasmisores de ella en el servicio de la Iglesia que llega a los hermanos. Para esto debemos primero conocer la inmensidad del amor que Dios nos tiene y saber las profundidades del abismo del pecado, que es rechazo de Dios. “Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo” (MV, 15).  Pero la Misericordia alimenta la esperanza, y da fecundidad a la obra de la Iglesia y trae luz y calor de redención a los corazones de los fieles.

Concluimos con la invitación que el Santo Padre nos dirige: “María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve, Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús” (MV, 24).