Palabras del Obispo
Peregrinación a Luján
Homilía de Mons. Martín de Elizalde OSB
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio
Peregrinación de la Diócesis de Santo Domingo en Nueve de Julio
al santuario de Nuestra Señora de Luján
6 de septiembre de 2015
Querido hermano, Monseñor Ariel,
sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas,
fieles peregrinos a este santuario de Luján,
queridos hermanos y hermanas:
Como todos los años nos encontramos las comunidades de la familia diocesana de Nueve de Julio como peregrinos en esta santa casa. Somos Iglesia, y nos trae la fe que profesamos, la llamada a encontrarnos en torno al altar para celebrar unidos la Eucaristía, haciendo memoria de la Madre de Dios, a quien consideramos particular patrona e intercesora. Ella, la primera discípula, nos enseña con su ejemplo a ser Iglesia, a llevar a Cristo a los hombres, a guardar en el silencio del corazón los dones de la gracia, a mantenernos en la unidad de esta fe profesada y renovada en la frecuentación de los sacramentos, en la participación en la vida de las comunidades, en el testimonio de un compromiso creciente. Somos Iglesia, y como peregrinos estamos en marcha hacia un encuentro, del cual esta celebración es signo y es anticipo. Nos mueve la esperanza de estar cada día más cerca de Dios, como estamos hoy congregados en el santuario, y así acercarnos a nuestro modelo del cielo, que es María, que son los santos. Somos Iglesia, y venimos a pedir que crezca en nuestros corazones la caridad, el ardor misionero, el aprendizaje de la compasión sincera, el desprendimiento para trasmitir lo que inmerecidamente hemos recibido. Y aun quienes no han podido venir hoy con nosotros, desde las parroquias y capillas, están también con nosotros aquí, y nosotros los traemos en el corazón, para que compartan los sentimientos, las vivencias espirituales, las gracias, sobre todo, que esperamos alcanzar.
De manera especial en este encuentro de oración, en la Eucaristía que celebramos, en la plegaria que dirigiremos todos juntos a María Santísima, queremos celebrar y agradecer la Misericordia de Dios, que el Papa Francisco nos invita a recordar en el Año Jubilar al que ha convocado, y que comenzará el 8 de diciembre próximo. Misericordia que nos reconcilia con el Padre, que nos permite imitar y seguir como discípulos al Hijo, que abre nuestros corazones para recibir la luz y el calor del Espíritu Santo. Misericordia que perdona nuestros pecados, sana las heridas, reconcilia a los que están distantes y enemistados, consolida la unidad de la familia humana sobre el don de los bienes verdaderos y estables. Misericordia, en fin, y es lo más grande e importante, que abre para nosotros las puertas del cielo, y nos permite vivir ya en la comunión con Dios y los santos, mientras aguardamos la hora feliz del encuentro con Él. Por eso es una ocasión para recibir el perdón sacramental de las faltas, para expresar nuestro propósito de enmienda, para reparar los males cometidos, para comprometernos en una vida nueva, con una participación auténtica en la obra de la Iglesia, y afirmar en nosotros el deseo de la vida eterna. Llamamos a María “Madre de la misericordia”, y pedimos que vuelva a nosotros sus “ojos misericordiosos y nos muestre a Jesús, su Hijo. ¡Cuánto más dulce y sencillo se vuelve el camino si lo recorremos con la guía, el ejemplo y la protección de María! Y ella, que con entereza y discreción, acompañó a su Hijo, que nada pidió para sí y en cambió entregó todo, es la que nos reúne hoy y nos dice: “Hagan lo que Él les diga”.
Pero nos cuesta mucho aceptar estas palabras y aplicar una consigna tan noble y a la vez tan fácil. El país y el mundo viven momentos de particular gravedad. En la Argentina nos encontramos en vísperas de elecciones, pero estamos experimentando también cambios que son trascendentales, y que afectan sobre todos a los más humildes e indefensos. Es la crisis de la economía, la pobreza, la falta de trabajo y de oportunidades, especialmente para los jóvenes, la situación de los niños, la inseguridad. Pero es todavía más serio, y deja huellas mucho más profundas, la crisis moral, el proceso que afecta a la institución familiar, la búsqueda de paraísos artificiales, un empleo de las nuevas tecnologías que no conoce la medida de la preservación de las conciencias, las propuestas de logros inmediatos pero carentes de valor. Por otra parte, contemplamos con profunda congoja el padecimiento de millones de hermanos nuestros en el Medio Oriente, muchos de ellos cristianos que sufren generosa y heroicamente por su fe, por nuestra fe. La falta de solidaridad que se manifiesta hoy, entorpeciendo su marcha hacia la vida y la libertad, es la consecuencia de una ceguera de años, que favoreció a los aliados del momento y creó las condiciones para los exterminios de hoy. Podemos hacer mucho por ellos, con la oración, pero también reclamando como ciudadanos. Ponemos en las manos de María nuestro futuro como nación, y le confiamos el dolor y las necesidades de estos hermanos nuestros, lejanos en el espacio, pero que deben ser cercanos a nuestro corazón de creyentes.
Con gratitud por la gracia de esta visita de la comunidad diocesana de Nueve de Julio al santuario de la Virgen, renovemos nuestra confianza en su ayuda e intercesión, seguros que así estaremos siempre acompañados por el amor de nuestra Madre.