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23 abril, 2025

Francisco: un verdadero peregrino

La noticia de la partida del Papa Francisco ha conmovido al mundo entero. En medio del Jubileo 2025 —un tiempo sagrado de renovación espiritual, perdón y esperanza—, su muerte nos invita a mirar con el corazón todo lo que significó su vida, su pontificado y su mensaje, profundamente entrelazados con el espíritu jubilar.

Francisco fue un verdadero peregrino. Recorrió el mundo con los pies en la tierra y el corazón en el Evangelio. Desde aquel primer saludo desde el balcón de San Pedro, pidió que rezáramos por él. No desde el trono del poder, sino desde la humildad del servidor. Su papado marcó un antes y un después en la forma en que la Iglesia se acercó al mundo: con gestos concretos, palabras sencillas y un compromiso inquebrantable con los más pobres, los descartados, los olvidados. Ser “peregrinos de esperanza” es, en cierto modo, caminar tras sus huellas.

Durante el Jubileo Extraordinario de la Misericordia en 2016, Francisco abrió las puertas no solo de las basílicas, sino también de los corazones. Llevó el perdón a las cárceles, el consuelo a los hospitales, y la ternura de Dios a los rincones donde parecía no llegar. Su lema, “Misericordiosos como el Padre”, no fue solo una consigna: fue su forma de habitar el mundo.

En este Año Santo su legado nos acompaña como una brújula. Francisco vivió como un peregrino: ligero de equipaje, firme en la fe, lleno de compasión. Hoy, el pueblo de Dios continúa la marcha con él en el corazón, llevando su mensaje como antorcha encendida.

Recordemos su valentía para reformar, su insistencia en una Iglesia en salida, pobre y para los pobres, su ternura sin condiciones y su fe inquebrantable en la dignidad de cada ser humano. Francisco nos deja en herencia no solo sus palabras, sino su ejemplo. Nos enseñó que la esperanza no es ingenuidad, sino decisión. Que ser misericordiosos es un acto de valentía. Y en este tiempo de gracia del Jubileo, la Iglesia y el mundo tienen una oportunidad luminosa: vivir el Evangelio como él lo soñó, con alegría, con ternura y con una profunda libertad interior.

Gracias, Francisco, por mostrarnos el rostro humano de Dios. Por recordarnos que la misericordia no es debilidad, sino fuerza. Que la paz no es una utopía, sino un camino. Y que el amor, cuando es verdadero, no conoce fronteras.