Palabras del Obispo

Alegres servidores de la esperanza

Homilía del Obispo Ariel Torrado Mosconi en la ordenación de tres diáconos,el sábado 1 de marzo del año jubilar 2025 en la Iglesia catedral “Santo Domingo de Guzmán” (Hch 6, 1-7b; Ps 22, 1-6; Jn 13, 1-15)

Las lecturas de la palabra de Dios recién proclamadas iluminan toda nuestra vida y nos hacen entrar en el misterio que estamos celebrando, auténtica fiesta del servicio, llamado a desplegarse y concretarse en el sacramento del orden sagrado y en tantos otros ministerios que muestran el más genuino rostro de la Iglesia “samaritana de la humanidad” (S. Pablo VI), “toda ella ministerial” (S. Juan Pablo II), “hospital de campaña” (Francisco).

A la luz de estas dos potentes y luminosas, impactantes y conmovedoras imágenes bíblicas del “servicio de las mesas” y el “lavatorio de los pies”, ambas, íconos del servicio, quiero reflexionar sobre los tres cauces o caminos por donde se desarrolla el servicio de la evangelización, la vida eclesial y su misión hacia el mundo: el servicio de la Palabra, el servicio de los sacramentos y el servicio de la caridad.

El ministerio de la Palabra. El Verbo, la Palabra, la Buena Nueva no es para nosotros una filosofía de vida, muchos menos una ideología, ni siquiera una idea o una doctrina. El Evangelio es una Persona ¡El mismo Jesucristo! Buena nueva de salvación para la humanidad entera. El encuentro con Él es lo mejor que nos puede pasar en la vida. Jesús siempre está buscándonos y nosotros, a veces, no acertamos la hora de tal encuentro. Favorecer, disponer, ofrecer, invitar, convocar, ser mediadores de ese encuentro. Éste es el anuncio, la predicación, el mejor “sermón”, que la Iglesia puede, tiene y debe ofrecer hoy al mundo. Por aquí pasa, indiscutiblemente, la evangelización en esta hora de la diócesis y de estos pagos, de estas pampas bonaerenses en las cuales hemos sido “plantados”.

Queridos Eduardo, Miguel y Tomás: hoy la Iglesia les confía el ministerio de la predicación, el anuncio de la buena noticia de Jesús con el testimonio y la palabra. Esa predicación, esa charlita, o aunque se tratara de una homilía o una catequesis: en cada una de ellas transmitan la Persona de Jesucristo y pongan ardor, pasión, “alma y vida” sirviendo para que se produzca ese encuentro con Jesucristo, con su Persona, con su misterio, con su amor.

El ministerio de los sacramentos. El servicio diaconal de la mesa de los pobres remite a la mesa eucarística y, esa mesa de la eucaristía, alimentando nuestro amor, nos lleva nuevamente al servicio de los demás. El lavatorio de los pies tiene lugar en el contexto eucarístico de la Cena del Señor. Todo ello nos abre a la conciencia de ser parte de un cuerpo, el cuerpo de Cristo que es su Iglesia. La eucaristía nos nutre en el amor. La eucaristía edifica la Iglesia y ella es en sí misma “forma”, conforma, toda vida cristiana. Esa caridad se concreta primeramente en la unidad -que no es uniformidad sino la variedad que siempre enriquece y fortalece- consolidando los vínculos de comunicación y comunión en el servicio.

Queridos ya próximos diáconos: por esta ordenación se “incardinan” en el clero de la diócesis, busquen, trabajen, sufran por la unidad del presbiterio. Busquen, favorezcan, luchen por la unidad del pueblo de Dios, de la comunidad a la cual son enviados. No dejen de esforzarse por dar -que no sea mera imagen o “careteo”- el luminoso y hermoso testimonio de la unidad de cara a la sociedad. El “miren como se aman” de los primeros cristianos seguirá siendo la “marca” del cristianismo de todos los tiempos, también hoy.

El ministerio de la caridad. Después de lavar los pies, después de atender las mesas, cuando levantamos la mirada y nos encontramos con la imagen de Mateo 25 “tuve hambre … sed … estuve solo … enfermo … preso …”. No es la amenaza del juicio sino el recuerdo de nuestra meta, de la vocación última. Todos los cristianos estamos llamados a plantearnos en qué medida coinciden nuestros deseos, proyectos y conductas con esta llamada evangélica ¿cuándo se encuentran?

Por eso mismo y porque el servicio diaconal es conferido en “orden al servicio”, queridos Tomás, Eduardo y Miguel, hoy los exhorto -y esta convocatoria nos incumbe también a todos como Iglesia diocesana- a discernir cuáles son las mesas de “los huérfanos y de las viudas” actuales, dónde están las pobrezas de nuestro tiempo y de nuestras comunidades. Los adolescentes y jóvenes desorientados, muchas veces víctimas de las adicciones; quienes sufren las consecuencias del quebranto familiar y la pérdida de los seres queridos; los abuelos olvidados en la soledad, las víctimas de cualquier tipo de atropello e injusticia. Nuestro servicio será fecundo, certero y eficaz si primero identificamos estas realidades por medio de un discernimiento hecho de cara a la realidad “tocando la carne de Cristo en los necesitados” y no “sacándoles el cuerpo” y, a la vez, de cara a Dios en una oración franca, confiada y perseverante.

Quisiera concluir invitándolos a “sintonizar” y “sumergirnos” en este tiempo tan especial de gracia en el cual consiste el Año santo jubilar. Providencialmente el Santo Padre Francisco quiso dedicarlo a la esperanza y su lema es, precisamente, “Peregrinos de la Esperanza”. Digo providencialmente porque esta ciudad es la tierra natal del beato Eduardo Francisco Pironio, reconocido, llamado, testigo y profeta de la esperanza. Él decía, nos sigue diciendo en este año tan especial:

«He hablado siempre de la esperanza. Y no me canso de gritarla. Una esperanza que no es pasividad. Algo tengo que hacer … ¡Qué importante en la vida es ser signo! Pero no un signo vacío o de muerte, sino un signo de luz comunicador de esperanza … La esperanza es capaz de superar las dificultades, las desavenencias, las cruces que se presentan en la vida cotidiana. Una esperanza que no es ilusión sino confianza. Es camino, compromiso, coraje. No es evadirse por comodidad o por miedo, es asumir la responsabilidad de construir. Es activa, creadora, fuerte, comprometida, perseverante… Así, cuando todo parece que se quiebra, renace la alegría y la esperanza”.

Su testimonio cristiano de esperanza es modelo para todos nosotros, su estilo pastoral sigue siendo también ejemplar para cada ministro ordenado. Su intercesión nos sostendrá y animará siempre en el seguimiento de Cristo. Así, una Iglesia “en servicio”, un cristiano “servidor”, son para el mundo de hoy, seducido por el individualismo y la egolatría, todo un signo y testimonio de esperanza. Deseo para nuestra Iglesia particular, para los ministros de cada una de nuestras comunidades y para ustedes tres queridos ordenandos que, precisamente por el camino del servicio y la alegría, donen y comuniquen a la sociedad, al mundo, la Persona de Jesucristo, Él es la “esperanza que no defrauda”.